Capítulo 25

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La ciudad parpadea con luces de neón y el bullicio característico de Nueva York mientras el taxi me deja en la entrada de un bar que promete ser el escape perfecto para una rutina que me ha dejado exhausta en lo que va de la semana. Mañana es sábado, se supone que no trabajo y que el éxito de la reunión con Kaneki ha sido mi garantía de conseguir un adelanto de mil dólares por el cual intercedió el abuelo de Alexander Grant, es decir, George Grant quien me cayó mucho mejor de lo que esperaba y yo también le he caído bien. Ese señor tiene toda la pinta de que sería un buen compañero para salir de copas si no fuese que tiene cerca de ochenta años y temo embriagarlo y que se me caiga.

Esta noche no quiero embriagarme de nuevo, lo tengo decidido, aunque el alcohol fuese gratis. Solo he venido a reencontrarme con Johnny, mi buen amigo, mi ex novio...bueno, verte con tus exs tampoco es que sea la mejor idea del mundo. Pero si se trata de Johnny, te aseguro que no dirías lo mismo, él es tan bueno.

En cuanto ya estoy cerca, la música se escucha desde afuera en una mezcla ecléctica que se filtra por las rendijas de la puerta. Aquí, en la ciudad que nunca duerme, me encuentro con Johnny, mi ex novio, en un reencuentro inesperado.

Sus ojos se iluminan cuando me ve bajar del taxi, y una sonrisa cómplice se forma en su rostro. La sorpresa y la alegría se entremezclan en el abrazo que nos damos, como si el tiempo y la distancia se desvanecieran en ese momento.

—Qué alegría enorme verte, pensé que no vendrías—dice Johnny, con esa mezcla de cariño y complicidad que solo él puede tener hasta que repara en mi pie cojo—. Caray, ¿qué te pasó?

—¿Qué te hace pensar que me perdería una noche como esta contigo? ¿Un dedo del pie roto?—Respondo, con una risa que refleja la nostalgia y la emoción del reencuentro.

—Pues... Ayer te vi del brazo de otro hombre. ¡Y ahora te apareces con un yeso! ¿Segura que estás bien?

—Créeme que no fue nada significativo, más bien olvidable—destaco mientras entramos al lugar—. ¿Entramos?

Me ayuda con el yeso para pasar por el umbral y un escaloncito al pasar. Nos acercamos a la barra, él pide dos margaritas y conversamos un poco.

—¿Cómo fue que llegaste hasta acá?—le pregunto, recordando que lo último que supe de él fue que viajaría muchos kilómetros lejos de aquí.

—Recibí una oferta laboral en el edificio donde me viste sirviendo a en los eventos. Ahora la duda es cómo fue que tú llegaste aquí. ¿En serio? ¿Con el pedante e insoportable Alexander Grant?

Me sonrío por lo bajo.

—Todo el mundo tiene esa idea de él, pero estoy segura de que en el fondo es bueno—. Cierro esa frase con un trago.

—¿Qué tan en el fondo?

—No lo sé, aún estoy tratando de descubrirlo.

—¿Y cómo fue que ustedes dos acabaron...juntos?

—¿Eh? No, no, ya te lo dije, solo soy su empleada.

Me mira como si no me creyera mucho.

—¿En serio no eres su escort?

—¿Su qué?

—Su dama de compañía.

—Me suena a la edad antigua eso, no. Para nada. Solo trabajo en su empresa y es anoche puede decirse que me pidió que lo acompañe y nada más.

—O sea que no habrá problema de que bailes con otro hombre esta noche.

—Puedo bailar con quien quiera y tu no eres "otro hombre", ¡eres "mi hombre"!—intento que suene como broma, pero queda resonando de manera un poco incómoda entre los dos—. Oh, lo siento.

Chica nueva, jefe nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora