Capítulo 18

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MARATÓN DE CAPIS 3/3

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—¡Stephanie!

—¡Aaaaaayyy, cielo santo, me duele!

Llega Grant en mi dirección y se me queda mirando como si fuese una suerte de bicho raro.

—¿Es en serio?

En realidad, no me mira a mí sino a los pedazos de concreto en el suelo. Yo misma debo afirmarme de la puerta de vidrio antes de desvanecerme del dolor.

—¿En serio...qué?—le contesto a Grant.

—¡¿Acabas de tirarme el buda?!

—¡¡Creo que me he roto un hueso y te preocupas por tu buda!!

Ahora mismo en buda yace en el suelo como si hubiera decidido hacer yoga por su cuenta. Mi dedo chiquito del pie, ese héroe incomprendido que ha detenido mi impacto de narices contra la estatua ha chocado con una fuerza desproporcionada. No doy más y debo dejarme caer al suelo; lo siguiente que sé es que estoy derrotada con mi dignidad desmoronándose tan rápidamente como la estatua.

—¡¿Qué hueso?!

—¡Mi dedito chico!

Él me echa un vistazo rápidamente en mi pie descalzo y lo sostiene, pero en cuanto se acerca a mi dedo chiquito, pone gesto de que en cualquier momento se va a desmayar o vomitar o ambas a la vez.

—¿Qué pasa?—le pregunto—. ¿Voy a necesitar pedicura?

—Creo... Creo que mucho más que eso.

Acto seguido bajo la mirada y descubro mi dedo pequeño vuelto hacia atrás completamente en un esfuerzo de mirarme cara a cara con la yema del dedico.

—¡CARAY!—digo, aterrada en cuanto caigo en la cuenta de lo que me ha sucedido—. ¡CARAY, CARAY, NI SIQUIERA TENGO SEGURO MÉDICO!

Creo que la parte de hacerme a la idea de lo que me puede salir arreglar ese dedo roto consigue descomponerme más que ver mi propia imagen.

—¡Debes ir a un médico!—exclama, apartándose de mí como si tuviera la peste.

—¡Claro que no! Mi abuelo era acomodahuesos en el campo, creo que me quedaron conocimientos de él.

—¡Ni se te ocurra acomodarte eso tu sola!

—Mi madre no crió a una perra débil—digo, acercando mis manos al dedo girado y suelto un grito apenas rozo nomás con éste—. ¡Ouuuucuh!

—Vamos a... Vamos a buscar ayuda, ¿okay?

—¡Pídame un taxi y me voy a trabajar, por favor, déjeme estar descalza!

—¡No, te llevaré a un hospital!

—¡Que no tengo seguro médico!

—¡Olvídate del seguro médico!

—¡¿Acaso usted pagará por eso?!

—¡Si!

—¡No!

—¡Sí pagaré!

—¡Me lo descuenta, entonces!

—¡No pienso descontar eso!

—¡Ve cómo es, señor Grant!

—¡Sólo déjame ayudarte!

La combinación de mi dramatización y la preocupación genuina de Alexander nos lleva a un intercambio de gritos que oscilan entre la comedia y la tragedia.

Chica nueva, jefe nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora