I. Los Tributos

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Silencio. Ni siquiera el rumor del viento se escuchaba en la plaza central del distrito. Tampoco era que alguna vez aquella plaza hubiera estado llena de vida, casi nadie pasaba por allí habitualmente. Solamente una vez al año, cuando anunciaban a los participantes de los Juegos del Hambre, elegidos al azar entre los ciudadanos. Técnicamente sí eran escogidos al azar, sin importar la edad, físico, habilidades o conocimientos. Pero siempre eran un hombre y una mujer, y siempre algún que otro nombre estaba más de una vez metido en la urna de cristal.

Los Juegos del Hambre. Unos juegos en los que la única diversión que deberían de ver los ricos del Capitolio era la de matarse los unos a los otros. Unos juegos en los que veinticuatro participantes, dos de cada distrito, debían sobrevivir hasta que solo uno de ellos quedara en pie, vivo, el vencedor. Llevaban celebrándose desde que Volkov tenía uso de razón. Eran un agradecimiento al Capitolio por la paz que les había ofrecido, al mismo tiempo que les recordaba que tenían el poder de matarlos sin que ellos pudieran hacer nada. Después de todo, eran unos juegos.

Nadie parecía respirar, y Volkov ni siquiera era capaz de escuchar los latidos de su corazón sobre el ruido blanco de su cabeza. Tenía la vista perdida en algún punto fijo, consciente de sus pies manteniendo su cuerpo sobre el escenario mientras el golpe de unos tacones se acercaron al micrófono.

—Bienvenidos un año más —la voz femenina reverberó por los altavoces. El tono alegre y optimista de hacía unos meses había desaparecido—, a los septuagésimo quintos Juegos del Hambre.

Volkov cerró los ojos dejando escapar un suspiro tembloroso.

Nadie se movía. Valentina siguió hablando tras tomar aire.

—Como ya sabrán, los tributos de este año se escogerán de entre los ganadores de todos los juegos de cada uno de los distritos —una pausa—. A pesar de que el Distrito 12 solamente cuenta con dos ganadores, tenemos que hacer los honores siguiendo el protocolo.

Valentina se alejó del micrófono para acercarse a la urna que Volkov tenía a su derecha. Los ojos de la mujer estaban vidriosos por mucho que intentara aparentar lo contrario frente a las cámaras del Capitolio y frente a los agentes de la paz.

Esta vez no hubo espectáculo, no removió los papeles con sus dedos, no hizo como que iba a coger uno en particular para luego cambiar de decisión en el último segundo. No hubo teatro, ni tensión. Todos sabían quiénes serían los nuevos tributos, los mismos que hacía un año.

Valentina volvió al frente y desdobló el papel leyéndolo en voz alta:

—Viktor Volkov.

Abrió los ojos tras escuchar su nombre. El silencio fue sustituido por el sonido de sus pisadas conjuntadas con los tacones de Valentina. Volkov se posicionó a su lado.

—Lamentablemente no presentamos de ninguna dama ganadora por lo que... —la mujer miró hacia sus propios zapatos y Volkov sintió cómo se le comenzó a nublar la vista. Los ojos le picaban junto con el dolor de su garganta tragando de él—. Sí, continuemos.

Valentina regresó a la misma urna de antes y cogió el último papel que quedaba. El camino de vuelta fue lento, cinco pasos se convirtieron en diez. Parecía que no quería leer el nombre en voz alta, sentenciarlos a una muerte segura de la que, si tenían mucha mala suerte, uno de los dos quedaría con vida. Volkov prefería morir antes que ganar y enfrentarse a todas las consecuencias que eso conllevaría, a la vida que tendría que enfrentarse tras aquello.

—Horacio Pérez —y la lágrima que tanto resistía, cayó libremente por su mejilla.

El pecho le dolía. Respirar se había vuelto difícil en cuanto pisó el escenario; sin embargo, escuchar el nombre de Horacio hizo que la presión empeorara, que se hundiera en los pulmones hasta llegar a estrujar su corazón.

Hunger Games [Volkacio AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora