VIII. El Banquete

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Demasiado, fue lo primero que pensó Volkov, había dormido demasiado. Lo supo en cuanto abrió los ojos y vio cómo el sol intentaba hacerse paso por las enredaderas que ocultaban la cueva. Horacio seguía a su lado, apoyado en la misma pared y con la mirada fija al frente.

—Se suponía que ibas a despertarme en un par de horas —dijo Volkov, ganándose una mirada de esos ojos verdes esmeraldas que parecían brillar entre las sombras y los pocos rayos de luz que conseguían colarse.

—¿Para qué? —Horacio sonrió— Aquí no ha pasado nada. Además, me gusta verte dormir —se dio unos golpecitos en la frente con el dedo índice—; no frunces el ceño y te ves mucho más guapo.

Eso hizo que Volkov frunciera el ceño, pero enseguida lo relajó riéndose de sí mismo. Bebió un poco de agua y obligó a Horacio a que hiciera lo mismo a pesar de que este le hubiera asegurado haber bebido mientras dormía. Le tocó la frente, la temperatura no había bajado. Decidió darle otra pastilla del botiquín antes de levantarle el pantalón para ver cómo tenía la herida.

Volkov respiró un par de veces y le quitó la venda de la pierna. El alma abandonó su cuerpo. Estaba peor, muchísimo peor. El pus había desaparecido, pero la pierna estaba cada vez más hinchada y Volkov no podía hacer otra cosa que observar las líneas rojas que empezaban a subir por la misma. Septicemia. Si Horacio no recibía atención médica a la de ya, moriría en aquella cueva.

Aplicó de nuevo las hojas y la pomada sabiendo que nada de aquello funcionaría, pero no podía quedarse de brazos cruzados. Necesitaban medicinas de verdad, potentes, de las que poseía el Capitolio. ¿Cuánto dinero tendría que recolectar Greco para conseguir un botecito diminuto que les ayudara? A estas alturas, nada sería suficiente.

—Está más hinchado, pero ya no echa pus así que...

—Volkov —cerró la boca acallando su voz temblorosa y miró a Horacio—, sé lo que es la septicemia aunque no tenga un cuñado sanador como tú.

—Simplemente significa que vas a tener que aguantar los juegos, sobrevivir a los otros. Te curarán en el Capitolio, cuando ganemos —dijo Volkov, aunque no sabía si por Horacio o más para convencerse a él mismo de que saldrían de allí y Horacio se pondría bien.

—Buen plan —respondió, pero el tono de voz indicaba todo lo contrario. Horacio ya había aceptado su muerte y le dolía el tiempo y los recursos que Volkov estaba gastando en él en vano.

—Tienes que comer algo —Volkov se levantó del suelo y se sacudió las manos sucias en la tela del pantalón—. Voy a hacerte una sopa con lo que encuentre.

—No enciendas un fuego, no merece la pena.

Volkov se giró.

—No digas eso —dijo serio—. Mereces la pena cualquier riesgo.

Hacía muchísimo calor fuera de la cueva, mucho más comparado a los primeros días. Era como si los Vigilantes subieran el termostato por las tardes y lo bajaran al mínimo por las noches. Querían que el clima les afectase de alguna manera.

Sin embargo, aquello tenía un gran punto a favor. Las rocas estaban lo suficientemente calientes como para calentar el cuenco metálico y que hiciera de olla.

No tenían mucho más, por lo que metió un par de trozos de carne que sobraban junto con unas raíces picadas y los echó a la olla que previamente había llenado con agua ya purificada.

A Volkov le gustaría cazar algo y reabastecerse, pero no quería dejar solo a Horacio en la cueva. ¿Y si Dominic y Joaquín lo encontraban? No quería alejarse más de lo necesario por lo que, mientras se hacía esa asquerosa sopa, colocó varias trampas por los alrededores. Tal vez con la suerte de que algún animal sediento fuera a parar al arroyo.

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⏰ Última actualización: Jan 19 ⏰

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