II. El Capitolio

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El tren iba a trescientos kilómetros por hora. Aunque desde dentro no se notaba prácticamente nada, ni un pelo se movía de sus cabezas.

Valentina les había dejado a solas en el vagón restaurante, con una cantidad de comida que Volkov no había visto nunca en su vida. Era bien conocido que en el Distrito 12 la causa de muerte habitual era por inanición. Por eso mismo, Volkov se las arreglaba para salir al bosque que se encontraba a las afueras del Distrito, tras unas vallas de metal electrizadas que ya no funcionaban. Se encargaba de cazar cualquier animal que encontraba con ayuda del arco y las flechas que tenía escondidos bajo el tronco hueco de un árbol caído. Aleksandra preparaba unos estofados de conejo deliciosos.

Horacio fue el primero en sentarse y coger un pequeño bollo de azúcar.

Volkov se quedó mirando por la ventana del tren, esperando a que Valentina llegara con...

—¿Le conoces? —Horacio rompió el silencio y Volkov sintió una punzada en el corazón al oír su voz— A Greco. Ya sabes que es nuestro mentor, ganó los juegos una vez. Técnicamente debería ser de nuestro distrito, pero como nadie ha ganado hasta ahora... —Volkov no dijo nada, Horacio chasqueó la lengua—. Mira, si no quieres hablar, lo entiendo, pero no creo que nos venga mal un poco de ayuda.

Las palabras salieron frías, como cuchillas afiladas para Volkov. Quitó la mirada de la ventana y la posó en los ojos verdosos de Horacio. Dolido, ambos lo estaban.

La tensión era palpable en el ambiente. Horacio lo miraba serio, puede que hasta con una pizca de decepción ante su comportamiento. ¿Qué quería Horacio que hiciera? ¿Ponerse a hablar de las mejores técnicas para matar a alguien? Volkov solamente se dedicó a observarlo, recordando aquel día que lo vio por primera vez bajo la lluvia. Las dos veces que vio a Horacio llovía.

La primera fue hace años, en invierno. La temporada de caza no se le dio bien. Pocos animales asomaban el hocico de sus escondites y era uno de los inviernos más fríos que asoló el distrito.

Llovía con fuerza, y el agua estaba prácticamente helada. Volkov no sabía cómo no se había convertido en nieve o en mismo hielo. Llevaba unos días sin comer y sin traer carne fresca a casa. Se alimentaban de puras reservas o de cualquier basura enlatada que encontraban en el mercado. Volkov recordaba no querer volver con las manos vacías, no soportaría ver la cara cansada y hambrienta de sus hermanos.

Tiritaba encogido en aquel rincón, apoyado en un árbol. Los labios y los dedos morados, el dolor de sus pulmones próximo a la hipotermia. La cabeza le daba vueltas, y lo único que su cuerpo le pedía era cerrar los ojos y exhalar su último suspiro.

¿Estás bien? —Volkov fue incapaz de enfocar la vista.

Sintió unas manos tocar las suyas, una palabrota, y pronto algo caliente le rodeó la espalda. Abrió los ojos lo máximo que pudo, encontrándose con unos ojos verdosos con manchas pardas. Por un momento pensó que era un ángel con la misión de llevar su alma al otro lado.

Esas mismas manos fuertes que acariciaron las suyas con cuidado tiraron de él hacia arriba, levantándolo del suelo. Atravesaron la lluvia hasta que la calidez del hogar le besó en las mejillas.

¿Horacio?

¡Anna! ¿Puedes calentar algo rápido? —pidió su salvador a una chica más joven— Lo he encontrado fuera. Está helado.

Ella desapareció por el pasillo y Horacio, como lo había llamado la chica, lo dejó con cuidado en el suelo, a los pies de una hoguera que no tardó en encender con madera seca y unas cerillas viejas. Durante unos segundos Volkov escuchó la ida y vuelta de varias pisadas hasta que Horacio volvió a su lado, arrodillándose ante él.

Hunger Games [Volkacio AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora