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LOS GRITOS DE LA heredera llenaron la habitación, su rostro sudado era consecuencia del esfuerzo que ponía para facilitar el trabajo de las parteras. Daenerys estaba al borde de la cama, tomando con fuerza su mano derecha, tenía que apretar los labios para reprimir sus quejidos cuando Rhaenyra ejercía mucha fuerza en el agarre y solo acariciaba su espalda sobre la humeda tela del vestido de lino que portaba.

—Siga respirando —indicó una de las doncellas que acompañaba a la partera. Al mismo tiempo, la primogénita del soberano gimió de dolor—. Puje, puje. Puje otra vez. Puje.

El rostro de Daenerys se tiñó de preocupación cuando Rhaenyra dejó salir una fuerte exclamación, y seguidamente, un largo suspiro. Reprimió su dolor cuando la heredera apretó devuelta su mano, y luego oyeron como el líquido de la bolsa materna se desplazaba contra el suelo.

—¡La cabeza! —gritó la partera, y la hija mayor de Alicent observó entre las piernas de su hermana para dar con el momento exacto en el que su vástago era expuesto a la luz del día.

—Un niño, princesa —notificó su doncella. El bebé comenzó a llorar, la partera se apresuró a envolverlo en su manta de seda para poder entregárselo a la madre.

—Alabada sea la madre —musitó Daenerys, expulsando todo el aire de sus pulmones. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro y Rhaenyra soltó su mano, estirando sus brazos hacia el recién nacido.

—¿Saludable? —cuestionó, abrazándolo contra su pecho. Miró a la partera y ella asintió con una sonrisa.

—Pateando como cabra, princesa —respondió la muchacha. La primogénita del rey comenzó a reír, presionando su nariz contra la cabecita del bebé.

—Es un príncipe sano, bendito sean los dioses —murmuró la menor, tocando su propio vientre abultado. Iba a ponerse de pie por su cuenta, pero las doncellas le dieron una mano cuando la vieron mover brevemente los músculos.

Daenerys se dio vuelta para quedar frente a Rhaenyra, y sonrió ampliamente al verla tan resplandeciente, a pesar de que estaba teñida del sudor de su cuerpo, y sus rasgos demostraban en totalidad su cansancio. El pequeño vástago entre sus manos era tan pálido como la nieve, sus escasos cabellos eran oscuros como la noche y su débil cuerpecito estaba cubierto de sangre espesa.

—Un hermoso niño —susurró feliz, con una mano en su barriga. El ver la imagen frente a ella le hizo recordar cuando años atrás tenía en brazos a su primogénito, su dulce y pequeño Rhaegar, y darse cuenta de que su hermana mayor y ella podían ser tan similares en algunos aspectos.

Porque ambas amaban a sus niños con una devoción incontrolable, abrazaban su maternidad con todo el amor del mundo, y se encargaban día y noche para que nadie nunca se atreviera a cuestionar el cariño inmenso que sentían por sus crías.

BAD BLOOD ೃೀ house of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora