Prólogo

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Cuando Satoru se subió al auto de la academia ese día sabía lo que iba a encontrar. No quería. La pura expectativa le hacía sentir nauseas. Pero el desastre ya estaba hecho y tenía que cerciorarse de que se trataba, efectivamente, de eso. No habló en todo el camino, lo que era raro para él porque solía conversarle a Ijichi sobre Pokemon o el episodio de Gintama de la semana, dos cosas en las que el joven auxiliar nunca había demostrado interés. Ijichi también lo notó y se sintió aún más culpable. De haberlo sabido, Satoru le habría hablado con más entusiasmo que otros días, pero estaba ahogado en sus pensamientos.

Sin darse cuenta, ya estaba en el callejón, observando pero sin mirar. Sus ojos estaban cerrados y solo movía su mano conjurando pequeños destellos, como siempre que estaba así de nervioso. "Vamos. ¿Estás ahí o no? Esto tiene tu nombre escrito en mayúsculas". Comenzó a pasearse, a tocar distintos espacios del lugar. De repente, su cuerpo giró involuntariamente hacia una dirección determinada. Sus seis ojos ya le estaban hablando. Los siguió y, con precisión matemática, le indicaron de donde emanaba la energía maldita. Satoru suspiró, a medida que su alma lo confirmaba. Casi podía verlo. Su risa, su pelo, sus manos.

-Ugh, qué mierda más mierda.

"Debí haberlo sabido.Rika es exactamente algo que buscarías. Una maldición de grado especial que no puede despegarse de la persona que ama, que hace todo para protegerlo, aunque eso signifique dejar muerte y desastre donde vaya. Enamorada. Obsesionada. Trastornada. Poderosisima. Vaya, ni con un espejo me he visto tan claramente reflejado."

- Ijichi, volvamos a la academia. Tenemos que hablar con Masamichi urgente.

Todo lo demás ya le era rutina. Ni siquiera tenía ánimos para pensar en defenderse de todo lo que le iban a decir, porque no tenía caso. No podía justificar no haberlo matado con ningún otro argumento más que "porque no quise". ¿Era siquiera necesario decirlo? ¿Había alguien ahí que realmente prestara tan poca atención? Estuvo ciego hasta que no terminó definitivamente con él. Realmente todos esos años no se dio cuenta de las consecuencias de sus ires y venires. Pensaba que Suguru también lo estaba, pero la realidad era que él disfrutaba pavonearse de tener al seis ojos en la palma de sus manos. O eso le había dicho ese maldito chico.

Terminaba de confirmarle a Masamichi que no había forma de que pudiera confundir sus residuos, cuando volvió a sentirlo. Yaga se dio cuenta después que él. Todos siempre se daban cuenta después que él. El director empezó a reunir a todos, temiendo que Suguru fuera a hacer un desmadre. Satoru suspiró: "Eso, eso. Démosle un comité de bienvenida. Nada menos para el líder. Me apuesto 10000 yenes a que aparecerá en una maldición gigante, con su ridícula gojo kesa y preparado para dramatizar. ¿Qué quiere? Probablemente algo que piensa que merece. A Yuuta y a Rika. Pff."

Caminaba al lugar donde estaban sus alumnos, fastidiado, pero nervioso. Demasiado nervioso. No se sentía así desde que terminaron la última vez. De repente, se paró en seco. Se le hizo un nudo en el estómago. Intuyó algo. "No, por favor, Satoru. No caigas". Pero lo vio y sintió algo que probablemente era lo más cerca a un corazón deteniéndose. Tuvo razón en todo lo que predijo: la maldición, la vestimenta, la actitud. Lo que no vio -o no quiso ver- fue que ese sentimiento, que creía olvidado y superado, volvería automáticamente.

No quería decir nada frente a él, pero no podía dejar que molestara a Yuuta de esa forma. A él podía tratarlo como un trapo, hacerlo mierda en todo sentido, pero a sus alumnos no. Tomó aire. Los únicos momentos de su vida en los que tenía que reunir valor eran los relacionados con Suguru. Lo hizo.

-Deja a mis alumnos en paz, Suguru.

El guapo usuario maldito se dio media vuelta y lo miró. Con esa cara. Esa misma expresión. Le dijo todo con esos felinos ojos, sin decirlo. Y esa puta sonrisa.

-¡Satoru! ¡Tanto tiempo!

"Nueve meses no es tanto tiempo y lo sabes, bestia". Gojo ni siquiera quiso contestarle. Sabía que Suguru seguiría hablando solo, desvariando y mostrando su belleza. Así ganaba tantos adherentes, al fin y al cabo. Era simplemente irresistible. Sin embargo, no pensó que iba a hacer algo tan estúpido como declararles la guerra . Eso no era propio de él. Satoru tuvo un presentimiento horrible. "No lo hagas, por favor. Solo vete. Esto no terminará bien". Pero continuó. Les instó a luchar. "Vaya mierda, Suguru. Tú eras el inteligente de la relación". Se retiró del lugar, enrabiado, frustrado, apenado y, muy a su pesar, todavía enamorado.

De vuelta en su habitación, vomitó todo. Destruyó todo a su paso. Gritó contra la almohada. Con cada segundo que pasaba, sus ojos le decían y le confirmaban que era la última vez que lo vería de una pieza.

Gojo se disoció todo el tiempo que le siguió a ese encuentro. Sus seis ojos le protegieron, como lo habían hecho diez años atrás, de racionalizar lo obvio. Sólo queria morirse ahí mismo, pero el usuario del infinito no podía dejarse morir. No todavía, al menos. Tenía que luchar, es lo que siempre se esperaba de él. Para eso había nacido, la verdad. Nunca recordó bien qué se dijo, que se hizo y ningún detalle. Ni siquiera sabe cómo luchó contra la familia del que fue el amor de su vida.

Mucho menos el momento en que lo hizo.

Meses después sí recordaba, con una tristeza que se condecía con su infinito, la última sonrisa que le regaló. Todos los putos días, el corazón se le encogía cada vez más, y su blanca venda se transformó en un cintillo negro; era su silenciosa forma de rendirle honor. No quería, pero sabía que tenía que seguir adelante de alguna forma. Lo hacía por todos los demás, Yuuta, Panda, Yaga, Megumi, Itadori; porque la triste verdad era que Satoru no tenía ningún interés en seguir viviendo en un mundo sin posibilidad de escuchar a Suguru volver a llamarle por su nombre.

Un poco después, en esa misma maldita estación de metro, volvió a escucharlo. Su voz le distrajo tanto, que terminó en una situación que ayudaría a desencadenar una seguidilla de desgracias. No le quedaba más que reírse de lo tonto que había sido. "No te distraigas tanto, Satoru" solía decirle Geto cuando lograba asestarle un golpe en los entrenamientos, "no voy a distraerme en una lucha real, bro", "¿Por qué estás tan seguro, ah?". Geto siempre sabía la respuesta, pero aún así le gustaba oírla: "Porque lo único que me distrae eres tú, amor". Suguru sentía una mezcla de vergüenza y cariño, lo que le llevaba a empujarlo después, siempre travieso; "me vas a dar diabetes, Satoru. Ponte en guardia". Solo ese asqueroso Kenjaku podía teñir de negro esos hermosos recuerdos. "Me saco el sombrero, demonio de mierda".

Resignado a que las cosas ya no dependieran de él, encerrado en ese oscuro lugar en el que el tiempo no pasaba, se dedicó a recordar. Eso era otro beneficio de su legendario don: cno olvidaba lo que no quería olvidar. "Veamos, ¿por dónde empiezo? Ah, sí". Sonrió, recordando la primera vez que lo vio: "Flequillo".
Su recuerdo fue lo único que lo mantuvo vivo.

Maldito: Satoru [SATOSUGU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora