Perfecto

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Un campo de girasoles envolvía su cuerpo, mientras la luz del sol matutino y primaveral le daba en la cara. Entreabrió sus ojos y se sentó. Las flores lo cubrían completamente, como si fueran tan altas como él, proyectando unas dulces y etéreas sombras. Miró su mano derecha. El hilo sobresalía de su meñique, pero no era rojo, sino que tan azul como el cielo sobre su cabeza.

—Ajá. Estoy soñando —murmuró, mientras se paraba.

Comenzó a caminar por el bosque de girasoles, jugueteando con las hojas. Hacia mucho que no tenía un sueño vivido, menos aun uno placentero. Pensó en disfrutarlo, mientras podía. Sabía por su vasta experiencia lo rápido que podían ir de lo seductor, a lo terrorífico.

De pronto, un pétalo de girasol le cayó encima. Divertido, se lo envolvió en la cabeza e instintivamente buscó su mirada. Era algo que lo haría reír. Se dio vueltas y vueltas, pero no lo encontró.

—¡Demonios! ¿De qué me sirve soñar, si no es contigo? —dijo, en un tono que estaba en el punto medio entre la molestia y la melancolía.

—¿De qué te sirve? Se me ocurren muchas cosas. Jugar con tu mundo interior, por ejemplo.

Sonrió al escuchar su voz.

—¡Suguru! —corrió a abrazarlo, como un labrador apenas divisa a su dueño.

Geto lo recibió, sonriendo. Lo envolvió entre sus brazos y lo apretó contra su pecho.

—Suguru, te extraño —dijo Gojo, su nariz buscando su aroma, desesperadamente.

—Yo también te extraño, pequeño.

Suguru tomó su mano derecha y la estrechó con la izquierda. Juntó los meñiques y el hilo salió a borbotones, pero ya no era rojo, sino que tomó dos colores: de la mano de Suguru, blanco. De la de Satoru, negro.

El hilo los envolvió a ambos, haciendo que se estrecharan aún más. Suguru acarició las mejillas de Gojo y, cerrando los ojos, lo besó suavemente.

Satoru comenzó a reir. Se sentía más feliz que nunca.

—Suguru, ¿de verdad crees que...?

—Shh. Eso deberías preguntármelo a la cara.

De pronto, los girasoles se achicaron, quedando así de un tamaño normal. Satoru cortó uno y se lo dio a Suguru.

—Nunca haría esto despierto.

Suguru la olió y sonrió.

—¿Por qué no, Satoru?

Gojo se sintió repentinamente congelado. Un viento helado había comenzado a correr, de un momento a otro. El súbito frío trajo consigo un miedo casi paralizante. Miró a Geto, el que estaba devolviéndole la flor.

—¿Por qué no, Satoru? —volvió a preguntar.

—Yo...

—Ya no puedo tener esta flor. La quiero, te juro que la quiero, pero simplemente no puedo. Es demasiado pesada.

El corazón comenzó a palpitarle rápidamente.

—¿Qué? Suguru, es una flor.

—Pero no puedo. No solo, Satoru —los ojos de Suguru se llenaron de lágrimas —. Necesito tu ayuda.

—¡Hey, calma! ¡No pasa nada! ¡Es solo un sueño!

Satoru intentó correr hacia él y recibirle la flor, pero no pudo. Sus pies estaban cubiertos de una oscura tierra. Comenzaba a caer una fina llovizna.

—¿Es solo un sueño, Satoru? ¿Estás seguro? —preguntó Suguru, tirando la flor al suelo.

Al verla caer, Satoru sintió una punzada en el meñique y otra en su pecho.

Maldito: Satoru [SATOSUGU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora