20: Jungkook

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Esta podría pasar a los libros como una de las peores semanas de mi vida.

Fui un idiota.

Había echado a mi compañero, mi maldito compañero predestinado. A mi daddy.  Sí, no se podía negar. Ya le había llamado así. La palabra resbalaba de mi boca como mantequilla derretida. Y en el fondo quería que fuera mi daddy, lo sabía.

Y lo había echado. Entonces, pude pensar.

Grrr, pensar estaba jodidamente sobrevalorado.

¿Qué cojones me pasaba?

Durante toda la semana había tenido pesadillas que me hacían despertarme sudando frío. Nunca las recordaba con claridad. Me despertaba de un tirón, cubierto de sudor, con el corazón palpitante y la sensación más profunda de pérdida que me dejaba sin aliento.

No me hacía ninguna gracia cambiar de lugar, ni siquiera intentar meterme en mi pequeño espacio mental cada noche. Cuando intentaba jugar, colorear o incluso ver mi película favorita con mi chupete y mis peluches, me sentía mal. Como si me faltara algo fundamental.

¿Como tu daddy? Mi oso gruñó descontento.

Lo peor de todo es que me estaba ensañando con mi tripulación, cuando ellos no habían hecho nada malo.

La verdad es que debería haberles alabado. La semana que había estado fuera, y básicamente no disponible, Stu había mantenido todo funcionando sin problemas y a tiempo. Todos mis chicos habían mantenido las cosas en marcha, y yo les estaba agradecido por ello.

Por eso entré en la panadería de Hoseok a las siete de la mañana de un viernes. Planeaba hacerles la pelota a mis chicos con café y bollería. Hoseok no hacía donuts, pero hacía bollos y magdalenas que estaban para morirse. Junto con brownies y galletas que estarían buenísimos en el descanso. Yo cogía un surtido de cosas y un par de jarras de café para llevar. Una especie de agradecimiento por aguantarme siendo un completo capullo esta semana.

Y Seokjin había mantenido su palabra, maldito sea. Me había dejado solo toda esta semana. Ni siquiera un mensaje de texto. Ni un saludo amistoso cuando salíamos por la puerta de casa a la misma hora cada mañana.

Y luego estaba la debacle del miércoles por la mañana. Su día libre.

El día que hice el ridículo y estuve a punto de salirme de la carretera al salir de nuestra subdivisión, cuando le vi haciendo footing. Unas piernas doradas interminables y un culo redondo y perfecto, apenas cubierto por lo que debía de ser el pantalón corto de correr más pequeño jamás creado. Con cada golpe de sus zapatillas, asomaba la punta de su culo, como el melocotón más maduro y jugoso.

Llevaba los auriculares en los oídos, escuchando quién sabía qué, mientras yo pasaba lentamente. Me decía que no mirara, que siguiera conduciendo. Pero no, mis malditos ojos no escuchaban nada de lo que decía mi cerebro. Y giré la cabeza para mirar.

Nadie debería tener tan buen aspecto cubierto de una fina capa de sudor, los pómulos altos sonrojados y el cabello dorado despeinado. Tenía el mismo aspecto cuando habían estado haciendo el amor. Follando. Cuando habíamos follado. No haciendo el amor. No íbamos a llamarlo así. No. No íbamos a ir allí.

Me había mirado, y por un instante había visto algo en sus ojos, un atisbo de tristeza, y luego me había dedicado esa sonrisa malvada y de labios cerrados que tiene. Como si supiera todo lo que estaba pensando. Y entonces me guiñó un ojo. Como cuando nos conocimos.

Al dar un fuerte tirón al volante, estuve a punto de salirme de la carretera, antes de corregir rápidamente la dirección.

Los guiños de Seokjin iban a ser mi muerte.

★Mi Osito Alfa★Donde viven las historias. Descúbrelo ahora