Hasta la sala de espera ha entrado el violeta maluco que anuncia el amanecer. El
pesebre sigue alumbrando pero las montañas ya no se pierden en la noche. El
viejo que me acompaña duerme con la boca abierta y un hilo de babas le chorrea
por la camisa. He tenido la impresión de que yo también me he quedado
dormido por un momento, tal vez solamente unos segundos, pero fueron
suficientes para secarme la boca y dejarme la cabeza pesada. Nadie caminaba por
los pasillos.
Al fondo, la enfermera de turno sigue profunda detrás del
mostrador. Un frío se me ha metido de pronto al cuerpo, me he arropado con mis
brazos, pensando que no venía de afuera, sino que se me había escapado de
adentro, justo en el instante en que me di cuenta de la quietud anormal que
reinaba en el hospital.
Se murieron todos, pensé.
Pero cuando veo que ese todo» también incluye a Rosario, hago ruidos con los
pies, he tosido, he mecido mi butaca para cortar ese silencio. El viejo abrió los
ojos, se limpió las babas, me mira, pero le puede más el peso de los ojos que no le
permite salir de su sueño.
La silla de la enfermera también chirrió.
Seguimos vivos y seguramente Rosario también. Me dieron ganas de llamar a
Emilio pero ya se me quitaron.
—¿No le tenés miedo a la muerte, Rosario? –le había preguntado.
—A la mía, no –contestó—, pero sí a la de los otros. ¿Y vos?
—Yo le tengo miedo a todo, Rosario.
No supe si se refería a las muertes que ella había causado o a las de sus seres
queridos. Porque pienso que su gordura postcrimen está más relacionada con el
miedo que con la tristeza por la pérdida. Cuando salí del shock después de
saber que Rosario mataba a sangre fría, sentí una confianza y una seguridad
inexplicables. Mi miedo a la muerte disminuyó, seguramente por andar con la
muerte misma.
—Yo me la imagino como una puta –así me la describió—, de minifalda, tacones
rojos y manga sisa.
—Y con ojos negros –le dije yo.
—Como parecida a mí, ¿no cierto?
No le molestaba parecérsele, ni encarnarla. Hubo una época en que se
maquillaba la cara con una base blanca y se pintaba los labios y los ojos de negro
y en sus párpados se ponía polvo morado, como si tuviera ojeras. Se vestía de
negro, con guantes hasta los codos y del cuello se colgaba una cruz invertida. Fue
por los días en que andaba encarretada con el satanismo.
—El diablo es un bacán –decía.
Yo le pregunté qué había pasado con María Auxiliadora, el Divino Niño y San
Judas Tadeo. Me dijo que Johnefe le había dicho que la ayuda había que buscarla
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Rosario tijera
RandomOración al Santo Juez Si ojos tienen que no me vean,si manos tienen que no me agarren, si pies tienen que no me alcancen,no permitas que me sorprendan por la espalda, no permitas que mi muerte sea violenta,no permitas que mi sangre se derrame, Tú qu...