De todas maneras lo mataron. No supe cuándo se fue del apartamento de
Rosario, ni en qué estaba metido. No habíamos vuelto a hablar de él. Nuestras
vidas parecían haber retomado su curso normal y pasamos un par de semanas
más bien tranquilos. Emilio había regresado a pedir cacao y se lo dieron, a mí sin
pedirla me sirvieron la mierdita diaria y me la comí, y a Rosario la veíamos
pensativa mientras Emilio pasaba bueno y yo maluco. Una mañana en que
habíamos amanecido en su apartamento, llegó el periódico con la foto de Ferney
en las páginas judiciales. Yo lo vi primero, Rosario y Emilio todavía no se habían
levantado. Leí la noticia que acompañaba a la foto, se referían a él como un
peligrosísimo delincuente que había sido dado de baja en un operativo de la
policía; volví a mirar la foto para confirmar lo leído, era él, con nombre y apellido
y con un número en su pecho para que no quedaran dudas de que era peligroso
y tenía antecedentes. Corrí hacia el cuarto de ellos pero la sensatez me detuvo,
tenía que pensar en Rosario, cómo darle la noticia, cuál sería su reacción. Primero
tendría que hablar con Emilio, planear algo entre los dos, pero él seguía
durmiendo, pegué mi oreja a la puerta por si escuchaba algún indicio de que ya
estaban despiertos, pero nada, y el tiempo pasaba y nada, ellos sin despertar.
Cuando no me aguanté más fui y les toqué la puerta, Emilio contestó con una
palabra a medio decir.
—Emilio –dije desde afuera-: te necesitan al teléfono.
Apenas hablé corrí hasta la sala y levanté la extensión, justo a tiempo de que
Emilio colgara al no haber nadie en la línea, lo cogí en su último aló.
—¡Emilio! –le dije ensordeciendo mi voz—. Salí que necesito que hablemos.
—¿Y dónde estás? –dijo casi dormido.
—¡Aquí, güevón! –El tono del teléfono no me dejaba hablar—.
Pero no digás que soy yo.
¿Y por qué no entraste? –volvió a preguntar.
—No puedo, marica. Salí que necesito hablar con vos.
—Dejame dormir.
—¡Emilio! –el tono comenzó a sonar ocupado, enloquecedor para mi
desesperación—. ¡Emilio! Mataron a Ferney.
En un par de segundos, como si la conversación no se hubiera interrumpido,
Emilio apareció en la sala, despelucado y con los ojos muy abiertos a pesar de la
hinchazón.
—¡¿Qué qué?!
—Mirá.
Emilio cogió el periódico antes que yo pudiera poner el dedo sobre la foto. Se
fue sentando en cámara lenta mientras leía, se estregaba los ojos para quitarse la
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Rosario tijera
RandomOración al Santo Juez Si ojos tienen que no me vean,si manos tienen que no me agarren, si pies tienen que no me alcancen,no permitas que me sorprendan por la espalda, no permitas que mi muerte sea violenta,no permitas que mi sangre se derrame, Tú qu...