Con la cola entre las patas, como el animal que me sentía, volví a casa. No tuve
que decir nada, en mi cara se leía todo y la lectura debió ser patética, porque en
lugar de reproches recibí sonrisas entumecidas y palmaditas en la espalda,
aunque nada de eso alivió la congoja que sentía. La sensación era la de haberme
chocado a gran velocidad contra un muro, dejándome tan aturdido que no podía
definir sentimientos, tampoco podía entender la situación que me había llevado a
sufrir ese tremendo choque, trataba de poner las ideas en orden para hacer un
diagnóstico de mi mal, pero no fui yo sino alguien de mi familia quien acertó
cuando se decidieron a poner el tema sobre la mesa.
—Tu adicción no es a las drogas sino a la mierda –dijo ese alguien.
El que calla otorga, y yo tuve que callar. Me dolía reconocerlo pero era cierto. No
tuve el coraje para preguntarles cómo se curaba uno de ese hábito, cuál era el
tratamiento, dónde, quién me podría ayudar, y pensé que si no existía un lugar
que ofreciera algún tipo de terapia, la humanidad estaba en mora de instaurarlo,
porque de lo que sí estaba seguro es de que yo no era el único, somos millones de
comemierdas que tenemos que curarnos en silencio o, como ha ocurrido tantas
veces, morirnos de una sobredosis fecal. De algo tiene que servir tanta mierda–no obstante me consolé—. Por algo la
utilizan como abono. Ahora, repasando mis más importantes momentos con Rosario, pienso que no
me he recuperado de mi adicción. Aquí estoy otra vez, al igual que todas las
ocasiones en que ella me necesitó, no tan arrastrado como antes pero siempre
atento a su destino, como si fuera el mío propio, si es que acaso no lo es.
—Vos y yo somos como almas gemelas, parcero –me dijo un día en que andaba
pensativa.
—Pero somos muy distintos, Rosario.
—Sí, pero es que es muy raro, fijate en Emilio por ejemplo.
—¿Cómo así? –le pregunté.
—Pues que él también es distinto, pero con él todo es muy diferente, ¿sí me
entendés? –trató de explicar.
—No te entiendo nada, Rosario.
—Mejor dicho, es como si vos y yo fuéramos las dos caras de una misma
moneda.
—Ajá.
—¡¿Cómo así que ajá?! –dijo encendiéndose—. ¿No me entendiste o qué?
Claro que le había entendido, pero no estaba de acuerdo con su explicación, pero
como siempre no me atreví a decirle que la cuestión no era de parecidos sino de
cariño y que si percibía distinto a Emilio era porque así también serían sus
sentimientos, porque uno termina pareciéndose a quien uno quiere. Tenía ganas
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Rosario tijera
AcakOración al Santo Juez Si ojos tienen que no me vean,si manos tienen que no me agarren, si pies tienen que no me alcancen,no permitas que me sorprendan por la espalda, no permitas que mi muerte sea violenta,no permitas que mi sangre se derrame, Tú qu...