Capitulo 1

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Hotel Creston Tower, Sidney
Viernes, 13 de septiembre, 10:33 p.m.

-¡Señora Hogaza! -una periodista se lanzó hacia Lucero, micrófono en mano en cuanto se abrieron las puertas del ascensor-. Cuéntenos cómo ha sido quedarse atrapada en un ascensor durante dos horas con su ex marido, Manuel Mijares.

-Sin comentarios -contestó Manuel por ella, tomando su brazo para sacarla del círculo de reporteros.

-¿Señora Hogaza? -el micrófono de nuevo se dirigió hacia Lucero-. ¿Es cierto que rompió su matrimonio con Manuel Mijares para proseguir su carrera como abogada?

-Por favor, deje de molestar -replicó Manuel, enfadado-. No tenemos nada que decir.

-La conferencia que ha dado esta tarde era muy interesante, señora Hogaza -insistió la reportera-. ¿Tiene algo que añadir?

-Yo... -Lucero abrió la boca para contestar, pero Manuel tiraba de ella hacia la puerta que llevaba a la escalera-. ¿A dónde vamos?
-A mi habitación, a tomar esa copa que te prometí hace dos horas -contestó él-. Yo diría que nos hace falta. A los dos.

Lucero estaba de acuerdo, aunque no lo dijo en voz alta.

-Bonita suite -murmuró después, mirando la vista del puerto-. Los que viajamos en tercera clase no disfrutamos de tantas comodidades. Pero tú siempre has querido lo mejor, claro. Manuel clavó en ella sus ojos azules.

-¿Te molesta? Dijo mirándola.

-No, a menos que otra persona tenga que pagar por ello.
-La habitación está pagada. Lo dijo con mirada extraña -No me refería a eso y tú lo sabes.
-Mira, Lucero, vamos a dejar el tema feminista por un rato. Te he pedido que subieras a mi habitación para tomar una copa, no para dejar que intentes castrarme. Ella hizo un gesto de indignación.
-¿Por qué cuando se trata del tema de la igualdad de sexos los hombres siempre piensan que las mujeres intentan castrarlos?
-Ya te he dicho que no quería hablar de eso.
-No, claro. En la cumbre se está demasiado cómodo y no te apetece hacer sitio para nadie más. Manuel dejó escapar un suspiro.
-¿Qué quieres tomar? -preguntó, volviéndose hacia el bar.
De nuevo, Lucero tuvo que hacer un esfuerzo para contener su indignación. Tratarla como si fuera una niña obstinada era algo que su ex marido había perfeccionado durante sus tres años de matrimonio. Y seguía sacándola de quicio.
-No quiero tomar nada.
-Muy bien. ¿Quieres ir al baño? Es esa puerta.
Lucero se dio la vuelta y entró en el cuarto de baño, intentando no mirar la cama que ocupaba la mitad de la suite. Una vez allí, se tomó su tiempo, lavándose las manos y peinándose un poco el rizado pelo castaño. Pero, por mucho que lo intentase, no podía borrar el nerviosismo, la expresión agitada que reflejaba el espejo.
Quedarse atrapada en un ascensor con el hombre del que se había divorciado cinco años antes no era muy recomendable, pensó, irónica. Le había molestado saber que Manuel acudiría a la conferencia sobre derecho de familia, que estaría observándola, escuchándola... odiándola.
Respirando profundamente, salió del baño y volvió a enfrentarse con su ex marido.

-¿Has cambiado de opinión sobre la copa?
-Sí, tomaré un vaso de agua.
Lucero lo observó sacar una botella de agua mineral de la nevera y echar hielos en un vaso.
Después, lo estudió por encima del vaso. No había cambiado mucho en esos cinco años. Las mismas facciones atractivas, el mismo pelo negro... aunque tenía algunas canas en las sienes.
A los treinta y seis años, seguía manteniéndose en forma: el estómago plano, los bíceps marcados. Estaba moreno, a pesar del frío invierno de Sidney. Su ropa era siempre de la mejor calidad y, con la camisa de seda italiana remangada hasta el codo, mostraba unos antebrazos fuertes y cubiertos de vello oscuro.
Era el epítome del hombre de éxito. El poder, el dinero y los privilegios eran algo que Manuel Mijares daba por sentado. Su reputación como abogado de familia era bien conocida en todos los círculos legales. Con Manuel Mijares de tu lado, no era necesario nada más. Era un experto y muchos de sus colegas se lo pensaban dos veces antes de actuar como contrario Lucero lo miró y tuvo que tragar saliva. Había visto cada milímetro de ese cuerpo de metro noventa, lo había visto en momentos de pasión, en momentos de enfado, en momentos de ternura... Habían compartido tantas cosas, pero, al final, no fue suficiente.
-Siéntate. Y, por favor, deja de mirarme con esa cara de enfado.
-No estoy enfadada.
-Sí lo estás. Me miras con la cara de
«todos los hombres son unos cerdos» .
-No seas ridículo -replicó ella, dejándose caer en el sofá.
-¿Lo ves? Ya estás enfadada.
Lucero tuvo que sonreír.
-No hay quien te aguante.
Manuel la miró entonces, pensativo.
-Se me había olvidado lo guapa que eres cuando sonríes.
Lucero apartó la mirada. No quería oír esas cosas...
-Mírame, Lucero.
Ella levantó la mirada y se le encogió el corazón al pensar que no volvería a ver esos ojos marrones.
Manuel le había prometido que si tomaban una copa no volvería a ponerse en contacto con ella nunca más...
Aquél era el telón final para su turbulenta relación.

En La Cama De Su ExDonde viven las historias. Descúbrelo ahora