Brody estaba llorando y, por fin, Lucero decidió que sería imposible dormir. De modo que se levantó y fue a la habitación del niño para tomarlo en brazos.
-Haces mucho ruido para ser tan pequeño, ¿sabes?
Brody sonrió con su boca sin dientes, enredando las piernecillas en su cuerpo. Y Lucero sintió una ola de emoción maternal, pensando en su propio hijo, que haría lo mismo unos meses después.
Su hijo. Apenas podía creerlo.
Cuando se volvió, Amelia estaba en la puerta, muy callada.
-Hola, princesa Amelia. ¿Cómo estás?
-Mi papá ya no vive aquí, con nosotros -dijo la niña.
-Ya... sí, lo sé.
-Ya no nos quiere.
-Eso no es verdad, cariño. Es que...
-¿Tú crees que es culpa mía?
-¡No, claro que no! Lo que pasa es que mamá y papá necesitan un tiempo para... tomar decisiones, eso es todo. No tiene nada que ver contigo o con Brody. Tienes que recordar eso.
-¿Mi mamá se va a morir?
-No, cariño. Tu mamá se va a poner bien enseguida.
-¿Y mi papá volverá entonces?
Lucero tragó saliva.
-No lo sé. ¿Por qué no esperamos, a ver qué pasa?
-Bueno. ¿Puedo ver la televisión?
-Ah... pues sí, supongo que sí. Pero ponla bajita para no despertar a tu mamá.
Media hora después, Eliza apareció en la cocina, con los ojos hinchados.
-Ah, ya estás despierta... ¿le has dado el desayuno a los niños?
-Sí, no tenía nada más que hacer.
-Pues no sabes cómo te lo agradezco. Ay, qué bien que estés aquí -sonrió su amiga.
-¿Sabes lo que me ha preguntado Amelia? Que si su papá ya no vivía aquí por culpa suya.
-Ay, mi niña... Pero, ¿qué puedo hacer? No puedo obligarle a volver, Lu.
-No, claro que no. Lo que necesitas es estar a solas con él, sin los niños. ¿Cuándo fue la última vez que salisteis a cenar, solos?
-Antes de que naciera Brody -contestó Eliza.
-Pues eso tiene que remediarse.
-¿Cómo? ¿Crees que Aidan querría salir conmigo ahora?
-No... pero no tiene por qué saber que es contigo con quien saldría.
-¿Qué dices, estás loca?
-No, dame el número de su móvil.
Eliza se lo dio.
-¿Qué vas a hacer?
-Mira y aprende, jovencita... ¿Aidan? Soy Lucerito. Lucero Hogaza.
-Ah, hola, Lu. Hace tiempo que no hablaba contigo.
-Sí... verás, me gustaría hablar contigo.
-Mira, Lucero, yo ya tengo suficientes problemas como para involucrarme en los tuyos con Manuel...
-No, no quería hablarte de eso. ¿Podríamos cenar juntos esta noche?
-¿Cenar juntos? ¿Tú y yo?
-Tienes que cenar, ¿no?
-Sí, pero no creo que a Manuel le hiciera gracia...
-¿Estás libre esta noche o no?
-Sí, claro.
Lucero le dio el nombre de un restaurante en el muelle y quedó con él a las diez.
-Muy bien, nos vemos allí.
-Gracias, Aidan. Hasta luego.
Después de colgar, Lucero hizo un gesto de triunfo.
-Querida, esta noche tienes una cita.
-Pero... no tengo nada que ponerme -protestó Eliza.
-Iremos de compras.
-¿Y mi pelo?
-¿Para qué están las peluquerías, cariño?
Los dos niños estaban ya dormidos cuando Lucero se preparó un chocolate caliente. Acababa de dejar la taza sobre la mesa cuando sonó el timbre...
Como era muy tarde, miró por la mirilla antes de abrir.
Era Manuel.
-Hola.
-Hola. ¿Están dormidos los niños?
-Sí. Eliza no está en casa, pero... ¿quieres un café?
-Ya sé que Eliza no está en casa.
-¿Lo sabes?
Manuel sonrió.
-Mira que eres lista. Pero eres demasiado guapa y demasiado joven para hacer de hada madrina, ¿no te parece?
-¿Cómo lo has sabido?
-Porque Aidan me ha mandado un mensaje.
-¿Y qué decía? -preguntó ella, emocionada.
-Me contaba lo que había pasado.
-¿Estaba enfadado?
-Pues... si Eliza no ha vuelto a casa todavía, yo creo que muy enfadado no debe estar.
-Espero no haber metido la pata.
-No, seguro que no. A veces todos necesitamos un empujón, o un buen consejo.
-Sí, es verdad. Ojalá me lo hubieran dado a mí -murmuró ella.
-¿Qué consejo, Lucerito?
-Me gustaría que alguien me hubiera dicho cómo me sentiría la mañana después de haber firmado el divorcio -contestó Lucero, con toda sinceridad.
-¿Lo lamentaste?
-Desde el primer día.
-Cariño... -murmuró Manuel, tomándola entre sus brazos-. Yo también lo lamenté tanto... Qué error, qué terrible error. Desde entonces, he pensado en ti cada día, he soñado contigo cada noche... incluso he deseado pelearme contigo si eso era lo único que podía hacer.
-¿No me odias?
-No.
-¿Ni siquiera un poquito?
-Ni siquiera un poquito.
-Entonces, si no me odias, ¿qué sientes por mí?
-¿No lo sabes?
Lucero no quería hacerse ilusiones, pero su corazón latía con una urgencia inusitada.
-No es tan fácil saber lo que piensas, pero yo esperaba...
-¿Qué?
-Esperaba que me quisieras, aunque sólo fuera un poquito.
-Pues entonces vas a llevarte una desilusión.
-¿Por qué?
-Porque no te quiero un poquito, Lucero.
-¿No?
Lucero negó con la cabeza.
-Te quiero con locura. Cuando nos divorciamos pensé que iba a volverme loco. Intenté convencerme a mí mismo de que ya no sentía nada por ti, pero era completamente imposible. Nunca he dejado de amarte, cariño mío.
-No dices eso sólo por el niño, ¿verdad?
-El niño es lo mejor que podría habernos pasado en la vida. De no ser por él, no estaríamos juntos, ¿te das cuenta? ¿Te das cuenta de cómo el destino ha querido reunirnos de nuevo? Los dos somos tan orgullosos, tan obstinados... tú querías lo que querías y yo tomaba lo que quería sin tener en consideración nada más.
-No, no fue culpa tuya -suspiró Lucero-. Entonces yo era demasiado idealista, demasiado ingenua. Ni siquiera sabía lo que quería.
-¿Y lo sabes ahora?
Lucero sonrió.
-Lo sé muy bien. Te quiero a ti. Y también quiero a mi hijo. Y quiero seguir con mi carrera...
-¿Qué tal si te hago socia del bufete?
Lucero lo miró a los ojos, incrédula.
-¿Lo dices en serio?
-Completamente. Podría llamarse Mijares, Mijares & Hogaza a partir de ahora.
-A tu padre le daría un ataque si le dices que tu ex mujer va a ser socia del bufete.
-No, porque ya no serías mi ex mujer.
-¿Qué?
-¿Quieres casarte conmigo, Lucerito?
-Sí. En cuanto podamos arreglar los papeles -contestó ella, casi sin dejarlo terminar.
-No me lo puedo creer. Que después de tanto tiempo volvamos a estar juntos...
-Por favor, no me recuerdes el pasado. Hemos sido un desastre, los dos.
-Sí, es verdad. Yo pensé que te conformarías con tener dinero. Mi madre se conforma con eso, pero tú no tienes nada que ver... qué idiota he sido.
-No digas eso. Yo debería haberte hablado de mi familia, debería haberte contado lo de mi madre... Es verdad que ha influido mucho en mis relaciones con los demás. Cuando te pedí el divorcio ni siquiera lo decía de verdad. Estaba siendo infantil, intentando provocarte, pero fui demasiado orgullosa como para dar marcha atrás. ¿Podrás perdonarme algún día?
-Sólo si tú me perdonas por no haber intentado convencerte. Qué estúpido fui. ¿Cómo no me di cuenta de que estabas esperando que te buscase, que te hiciera cambiar de opinión? Es increíble lo ciego que he estado.
-Los dos, hemos estado ciegos los dos... Debiste quedarte muy sorprendido cuando aparecí en tu despacho.
-¿Sorprendido? Mi secretaria sigue contándoselo a todo el mundo.
-Me parece que me va a gustar trabajar en Mijares, Mijares & Hogaza.
-Cuántas mujeres en mi vida -suspiró él-. ¿Te das cuenta de la que has liado?
-¿Yo? ¿Y tú qué?
-¿Qué he hecho?
Lucero tomó su mano y la puso sobre su abdomen.
-Esto nada menos.
-Ah, esto. Espero que no me lo tengas en cuenta.
-Sólo durante cuatro meses más. Si te parece bien.
-Me parece perfecto -sonrió Manuel-. Absolutamente perfecto.