La espada

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Ayudar a forjar la espada que usaría la princesa para derrocar al dragón era una tarea para la que me había preparado toda la vida. Desde que se anunció el nacimiento de los príncipes, inició una competencia para ver a cuál de las familias les tocaría el honor de construir la espada. Mi padre no había dormido la noche en que dieron los resultados, yo apenas tenía dos años en esa época y recordaba a mi madre preparar tazas de café uno tras otro. Al amanecer, un guardia trajo una orden oficial con el encargo. Era un honor que nuestra familia diseñara y confeccionara la espada que daría muerte al dragón y cumpliría con la profecía.

-¿Otra vez con la cabeza en las nubes? -preguntó mi padre, haciéndome pestañear. Miré la espada entre mis dedos callosos. Me había ordenado sacarle filo, tarea para la cual me tardé una hora porque mi mente estaba lejos del taller.

-Lo siento -dije y volví de inmediato a la espada.

Cuando todos se enteraron de que la familia Hallr haría la espada, nos llovieron los pedidos y nuestra economía mejoró. Pudimos comprar un taller más grande y construir una casa con todas las comodidades sobre este.

El cumpleaños número dieciocho de la princesa Amber sería en un mes y la presión había caído sobre todos, más cuando aún no teníamos el diseño. Ese era el motivo de mi distracción.

-¿Puedes encargarte del taller? -preguntó mi padre.

Se quitó el delantal y lo colocó en un perchero. Sus pasos se habían vuelto lentos y cada vez se cansaba más, aunque odiaba admitirlo. Cubría sus canas con pintura y hacía varias rutinas de ejercicio al amanecer para mantener los prominentes músculos. Yo no había heredado su altura ni su complexión. Era más bien, bajito y algo delgado. Había heredado la piel bronceada de mi madre y sus ojos de un azul tan claro que parecían blancos. De mi padre tenía el cabello negro y los músculos que adquirí después de años forjando armas.

-Por supuesto -respondí-. Descansa.

-No iré a dormir -protestó-. Iré a... cocinar.

-Solo tienes que calentar la comida, ayer en la noche me levanté y cociné para varios días.

Él levantó una ceja.

-Si prestarás la misma atención a las armas serías el mejor de los herreros.

Puse los ojos en blanco.

-Sabes que yo...

-Es el negocio familiar -gritó mi padre, pegando con el puño sobre el yunque que utilizábamos para enderezar las espadas-. Tú lo seguirás como yo lo hice con mi padre y algún día, tus hijos y nietos también lo harán.

No me atreví a contradecirlo. Discutir con mi padre era como tratar de contener el vino en un barril sin fondo.

-Oliver, si tan solo pudieras ver el futuro que te espera.

-No te defraudaré, padre -contesté, poniendo fin a la conversación.

Mi padre alargó un suspiro. Recorrió el taller con la mirada antes de marcharse. Terminé con la espada y la coloqué junto a los encargos terminados. El taller me asfixiaba. Las paredes oscuras, sin vida, salpicadas de virutas y aceite, no lo hacían el sitio más acogedor. El calor era insoportable y a pesar de tener grandes ventanales, parecía concentrarse adentro como si tuviéramos un dragón en el sótano en vez de un caldero.

La campana de la puerta sonó cuando alguien la empujó. Me asomé por el mostrador justo a tiempo para ver a un anciano apoyado en un extraño bastón atravesar el lugar.

-¿Eres el encargado? -preguntó.

Asentí, incapaz de hablar. Esos ojos... tragué, no eran normales. Sus pupilas estaban alargadas como las de un dragón. La gema en su bastón parpadeó y el anciano bajó la cabeza, sorprendido, como si esta le hubiese susurrado algo.

-¿Desea algo? -balbuceé. Aunque dudaba que un mago vendría a nuestro taller a buscar un arma cuando podía conjurarla. Había escuchado sobre ellos en las leyendas, pero nunca había visto uno hasta ahora. ¿Qué lo traía aquí?

-Por orden real vengo a entregarle un elemento indispensable para la espada que confeccionan -dijo, con seriedad.

Pensé en llamar a mi padre, pero seguro ya se había acostado y no quería interrumpir su sueño.

-Le escuchó.

El mago se sacó del bolsillo de la túnica una bolsita azul de la que sacó una pequeña semilla.

-Es importante que funda esto con la espada. -Debió ver mi cara de perplejidad porque añadió: -Es una semilla mágica. Le otorgará la fuerza necesaria a la princesa para enfrentarse al dragón.

Estiró la mano y colocó la semilla encima del mostrador. No me atreví a tocarla.

-Estás destinado a grandes cosas.

Levanté la cabeza de la semilla negra que parecía un agujero negro en la madera para encontrarme con su mirada. El anciano se tomó un tiempo para escudriñarme con la mirada, luego sonrió.

-¿Conoces la profecía?

Asentí con la cabeza. Todos en el reino la conocían.

-Dos lágrimas idénticas nacerán de la sangre del primer cazador. Una, destinada a reinar y la otra, dará muerte al rey dragón. La sangre y el hierro se unirán y de su centro, una nueva flor brotará -recité.

El anciano movió la cabeza, complacido.

-Debes ser tú quien elabore la espada, es tu destino -dijo antes de desaparecer.

Pestañee. ¿Qué había sido eso? Mi padre era quien debía crear la espada, a él le fue conferido el honor y aunque lo quisiese, no tenía la experiencia para construir un arma así. Tal vez el mago había vivido demasiado tiempo y ya se le empezaba a cruzar las épocas. Sonreí, sin dudas, era eso.

Guardé la semilla en una bolsita y la coloqué sobre los bocetos a medio acabar que tenía en una gaveta. La cerré solo para abrirla un segundo después. «¿Qué estoy haciendo?» Mi padre me mataría si ve que he estado dibujando la espada durante la noche. Había soñado con ella, firme en la tierra mientras resistía el fuego del dragón. Cerré la gaveta antes de que alguien los viera. Nadie debía saber que tenía esos sueños.

La campanita en la puerta volvió a sonar y recé porque no fuera otra vez el mago. Por suerte, esta vez se trataba de una joven que miraba con asombro las espadas en las paredes. Se acercó a una de color negro y paso un dedo sobre ella.

-Es obsidiana -le dije.

La cliente se giró con brusquedad. El cabello, tan negro como la espada, se esparció sobre sus hombros. Sus rasgos eran sencillos, pero a la vez, hermosos. Todo en ella irradiaba una esencia sobrenatural. Me maldije cuando levantó las gruesas pestañas. Tan rápido como pude me incliné en una reverencia.

-Mis disculpas, su alteza. No sabía que se trataba de usted.

Ella agitó la mano en el aire, restándole importancia. Su piel lucía demasiado pálida, como si hubiera pasado años sin ver la luz del sol.

-Solo quería conocer el lugar, no debes agitarte. Será breve.

Hice otra reverencia y ella sonrió. ¿Cuántas reverencias eran necesarias? Había estado muy pocas veces en presencia de algún miembro real y justo cuando me quedaba solo, me visitaban dos.

-Sea bienvenida al humilde taller de la familia Hallr, princesa Amber.

-Es un honor -respondió ella.

La dejé sola mientras seguía recorriendo el taller y probando algunas armas. Si no hubiera visto sus ojos, jamás la hubiera conocido. La princesa usaba un sencillo vestido de encajes de color verde y usaba unos tacones blancos que le proporcionaba altura. Su cabello estaba suelto, salvaje, a diferencia de los complicados peinados que suelen usar en la corte. Unos minutos después se despidió y me dejó unas monedas por el tiempo.

El día continuo sin más incidentes, pero al llegar la noche, volví a tener ese extraño sueño. Bajé las escaleras y terminé los bocetos. Mi padre me encontró al amanecer sentado entre las hojas.

-¿Qué es esto? -me preguntó, evaluándome con aquellos ojos negros y profundos.

*🗡*


Herederos de sangre y hierro #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora