La rosa 8

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Prisma suspiró aliviada. El mago posó la vista en ella con ojos preocupados, luego la desvió para concentrarla en Rubín, quien estaba ardiendo en ira. Galem también estaba herido y traía la túnica rasgada. Prisma le había advertido que su amigo estaría fuera de sí. Su mano rozó ligeramente su pata. Una energía la recorrió, dándole un poco de alivio a su dolor. Prisma quería contarle todo lo que había sucedido, decirle del huevo y la rosa, pero estaban en medio de una guerra y el poco tiempo que le quedaba lo usaría para cumplir su promesa.

Entre el fuego y las flechas, pudo divisar a Vall; Bor lo cubría de toda amenaza. Sus alas estaban cortadas de forma deforme. Su cuerpo lleno de heridas, algunas con formas de símbolos que Prisma no pudo identificar. Vall ladeó la cabeza en su dirección, sus ojos se llenaron de lágrimas al verlo. Había perdido uno de sus ojos y le faltaban también dientes. Vall le hizo un gesto para que no se preocupara.

-Ha llegado el momento de pagar por tus pecados -rugió Prisma, enojada.

Decenas de dragones aterrizaron sobre el pasto, haciendo crujir a los árboles. Dreg los había dirigido hasta allí, de acuerdo con la última parte del plan. Rubín soltó una carcajada.

-Nada me detendrá.

En apenas un parpadeo estaba frente a ella, un dolor profundo se abrió paso en su pecho cuando la espada del rey cortó las escamas. ¿Cómo había hecho para moverse tan rápido? El grito de Galem fue opacado por su alarido de furia al ver que Rubín tenía la rosa.

-Se acabaron los juegos.

Prisma cayó al suelo. Una explosión de magia los rodeó. Tanto Rubín como Galem llamaban a la rosa. Los ojos de Rubín se tornaron rojizos, mientras que el báculo del mago se curvaba y adquiría una luz parecida a la de las estrellas. Ambas fuerzas colisionaron cuando la espada del rey se estrelló contra el báculo. Dos fuerzas contrarias luchando bajo la misma fuente de poder. Prisma quería hacer algo, pero apenas podía ponerse en pie.

-Maldito mago, debí acabar contigo yo mismo -gritó Rubín.

Galem no retrocedió ni un paso a pesar de su estado. Sus ojos estaban en la dragona yaciente sobre el suelo. Mataría a Rubín y curaría a Prisma, aun si eso le costaba perder toda su magia. Había convencido a Vall, durante su pelea para escapar del pozo, de que sus sentimientos por Prisma eran reales. Quería confesarle lo que sentía allí mismo y lo dispuesto que estaba de renunciar a todo por ella. La amaba por encima de la magia, del reino y del mundo. La amaba, y ya no estaba dispuesto a ocultarlo.

-Llegó tu hora, tu reino de mentiras termina hoy.

Galem usó una onda de poder para enviarlo contra la pared. Ambos se estaban beneficiando de la magia que les otorgaba la rosa. Galem había nacido con ella, pero Rubín la había obtenido de forma prohibida. Sus poderes eran semejantes, aun así, no estaba dispuesto retroceder, no cuando Prisma se debatía entre la vida y la muerte.

Afuera se peleaba otra batalla, dragones y humanos luchaban para defender la torre. Los ejércitos estaban cerca y si se unían, perderían toda ventaja.

-¿Te enfrentas a tu rey?

-Un cobarde con corona no puede llamarse rey -escupió Galem.

Rubín apuntó la espada en dirección a su corazón y arremetió con fuerza, Galem lo esquivo por apenas unos segundos. «¿Cómo hacía para moverse tan rápido?», pensó mientras recibía una estocada tras otra. Casi le arranca el brazo cuando lo sorprendió por detrás, si no fuese por el poder combinado en su báculo, hubiera perdido más que un brazo en el sangriento combate. Estaba cansado por haber luchado contra Vall y la inanición por la falta de alimento, comenzaba a restarle velocidad y fuerza.

Herederos de sangre y hierro #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora