CAPÍTULO 46

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Parpadeé rápidamente, tratando de adaptar mis ojos a la luz de la habitación, mientras luchaba por enfocarlos en cada figura presente. En cuanto mis ojos conectaron con los de él, desvió la mirada hacia el suelo.

¿Por qué?

Volví mi atención a la doctora, queriendo obtener respuestas. Intenté moverme, pero mi cuerpo parecía adormecido, una sensación que se extendía desde mis extremidades hasta el núcleo de mi ser. Ni siquiera mis manos respondían a mi voluntad.

—Señora Romanova, sé que es médico cirujano y entenderá muy bien lo que diré a continuación. —Inhalé hondo y asentí. La impotencia se apoderó de mí mientras escuchaba sus palabras—. Llevaba un embarazo de dos meses, pero por su condición es imposible que llegara a término, en su anterior accidente las lesiones en su útero fueron graves. Estas lesiones son irreversibles y por ello tuvo un aborto.

Mis ojos buscaron nuevamente a mi esposo en busca de consuelo o apoyo. Lo necesitaba en este momento, necesitaba escucharlo decir que todo estaría bien a pesar de que no fuera cierto, pero huía de mi mirada, era como si estuviera avergonzado o enojado.

—En...Entiendo —murmuré.

—Deberá decidir por un método anticonceptivo, todo esto para evitar estas pérdidas a futuro o bien puede someterse a una...

—Ya se puede ir. Lyonya, acompáñala —ordenó con una frialdad inesperada.

Esperé a que salieran antes de voltearlo a mirar nuevamente. Esta vez, su mirada se encontró con la mía, y pude ver la mezcla de dolor y arrepentimiento en sus ojos.

—Todo es mi maldita culpa. Si no me hubieses ayudado, entonces tú y... —observó mi barriga y sus puños se apretaron—. Ambos estarían bien.

Empecé a negar rápidamente.

—Amor, mírame —supliqué, tragando duro y obligándome a que las palabras salieran de mí—. Eso, solo mírame a mí. Si no te hubiese ayudado, ahora estaría sin el padre de mis hijos y sin el bebé, porque no podíamos hacer nada para evitar su destino.

—Dime que quieres y lo hago...cualquier cosa.

La seriedad con la que lo decía, me aseguro que hablaba enserio. Cualquier cosa en este puto mundo me la daría, y si aún no estuviera inventada, él lo inventaría.

—Quiero...quiero ir a casa —me esforcé por no llorar, no valía la pena, no cambiaría absolutamente nada y tenía que ser fuerte.

—Por favor, Zayka. —gimió, mientras se acercaba—. Dime algo más o grítame, por favor.

Sus palabras resonaron con desesperación y negué.

—No es tu culpa; en realidad, fue mía. Tuve que usar anticonceptivos para prevenir un embarazo. —Observé mi abdomen, cubierto por una fina camisa de seda, y una opresión en mi pecho me golpeó, mi cuerpo empezó a responder y llevé mis manos allí—. No...no supe, no me di cuenta. Lo siento.

Tomó mi mano y la llevó hasta sus labios.

—Jamás sería tu culpa, jamás. ¿Qué hago para que te sientas bien?

—Quiero estar en nuestra habitación, comiendo helado, con nuestros bebes en medio de nosotros.

Su mirada brilló y una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—Hecho.

Salió rápidamente, y pude soltar un poco la fortaleza con la que había actuado. No sabía cómo sentirme al respecto. No había sido consciente de que una vida se gestaba dentro de mí. No lo disfruté, no le hablé, no pude cuidarlo. Saber que lo que había estado por un tiempo, ya no estaba y el no saber que había estado acompañándome, me hacía tener sentimientos confusos. Era difícil de digerir.

TENTACIÓN ITALIANA (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora