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Lando

El metro de Madrid era un lugar ajetreado. Veías a la gente correr de un lado a otro. Te empujaban porque te interponías entre ellos y algunas veces te pedían perdón, y otros no.

Madrid era una ciudad concurrida, a veces me costaba comprender como casi cuatro millones de personas vivían en seiscientos metros cuadrados. Es que guau, había mucha gente metida, apiñada. Y yo era una de esas personas.

Esto no se parecía en nada a mi hogar, a Bristol. Bristol era una ciudad de Reino Unido, pero no tenía nada de parecido a Madrid. Había solo una línea de tren que conectaba con toda la ciudad, y no doce líneas de metro, más metros ligeros y diez líneas de tren que tiene la capital de España. Es una locura.

Me bajé en mi parada, o creía que era, y salí con las cien personas a la vez. Revisé mi teléfono, intentando no molestar, para ver si me había bajado en la parada correcta y sonreí ligeramente, ya había llegado. Busque la salida de la estación de Nuevos Miniterios y, Dios mío, ¡vaya parada del demonio! Era gigantesca. La gente corría entre líneas de metro, unos llevaban maletas, otros llevaban carritos de bebé y muchos otros mochilas. La gente no separaba la vista de su teléfono, y las personas que no iban empujando a la gente.

A la lejanía vi un guardia de seguridad y me acerqué. Realmente estaba perdido y tenía que salir de aquí o llegaría tarde a mi primer día de trabajo.

—Hola, ¿por dónde puedo salir al Paseo de la Castellana? —Le sonreí gentilmente y con la mejor pronunciación de español que podía hacer.

—Hola, primero tienes que seguir hasta el final por el pasillo, luego gira a la derecha, sube unas escaleras y ya estarías. —Responde el guardia con una amabilidad increíble para ser las nueve de la mañana.

—Muchas gracias, que pase un buen día. —Me despedí y comencé a caminar siguiendo las indicaciones del guardia, llegando al Paseo de la Castellana a penas unos segundos después.

Wow, definitivamente Madrid es una ciudad de locos. Se notaba que la población estaba acostumbrada a los turistas como podría parecer, pero no lo soy.

Hace un mes que tuve que abandonar mi hogar, mi querido Bristol. Hay dos cosas que amo: Bristol y mi trabajo. Y mi trabajo hizo que acabara aquí, en Madrid.

No le cuento a nadie en lo que trabajo, o se lo digo de manera genérica, ya que realmente no puedo gritar a los cuatro vientos a lo que me dedico. Soy detective, y perdón por tirarme flores, pero soy uno de los mejores de Europa.

Hace un año resolví un misterio que llevaba décadas sin respuesta en Londres. En los años ochenta, una persona entró al palacio de Kensington y robó el retrato de la reina Victoria, para mi gusto, la mejor monarca. Y era un caso de los más extraño, no se forzó nada para entrar ni para salir, nadie vio nada, pero la obra ya no estaba.

Me acuerdo del primer día que llegué a la comisaría como un simple becario y me ordenaron hacer papeleo sobre casos archivados. Como soy una persona muy curiosa, husmeé algunos casos y llegué al robo del palacio de Kensington. Lo leí por encima y observé las fotos, dándome cuenta de que ese cuadro se me hacía familiar. Por la noche, busqué información sobre ese caso. Pocos días después me di cuenta de que ese cuadro lo había visto hace unos años en el sótano de la tía de uno de mis amigos. Podría ser pura coincidencia, pero me pareció raro encontrar una obra tan bonita siendo tan protegida. Al día siguiente se lo comenté a mi supervisora, y dos días más tarde detuvieron a la mujer y devolvieron la obra al palacio, a su hogar.

Atrolondrado || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora