20. Final

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Luego de que semejante revelación estallara en su cara, muchas cosas habían cambiado por no decir que casi todas. Y basados en la lógica, ese era el rumbo que debían tomar por naturaleza.

Sus vínculos se habían estirado hasta un punto de tensión insoportable. Minghao estuvo encima de él de manera constante, preocupado e intentando animarlo. Porque desde aquella noche fría, su ánimo no hizo otra cosa que ir en declive. El peso de la pena, el sentimiento de traición y la impotencia fueron una combinación que inesperadamente no supo manejar. Se quedó estancado en sus emociones que no sabían hacer otra cosa que sólo engullirlo.

Junhui por otro lado, le dio su espacio. Respetó que se sintiera para la mierda y entendió que quisiera arrancarles la cabeza. Además, consolar no era su fuerte y a ninguno le interesaba verlo poner su esfuerzo en ello.

Por Dios, Seungcheol en realidad no quería el consuelo de nadie. Le sabía a insuficiencia, amarga y pesada pero a nada más. Y de hecho, eso lo hacía sentir peor por alguna razón, pero no importaba cuántas veces se lo dijera al castaño, éste seguiría dándole abrazos repentinos, besos cálidos en las mejillas o simplemente optaba por hacerle compañía en su casa. En lugar de hablar hasta por los codos de cualquier cosa que haya visto para distraerlo, se convertiría en una presencia quieta a su alrededor; callada y él odiaba esto tanto. Esa compasión silenciosa acentuaba su malestar.

Porque carajo, incluso cuando ellos se conocieron en 1742 y se hizo cargo del chico cuando era una obligación que no le correspondía tomar, Minghao nunca dejó de hacer preguntas, de hablar vaya, aún si él no era para nada amable y ahora, tantas décadas después, lo veía guardar silencio por primera vez. El nuevo escenario en el que estaba envuelto, era asqueroso.

En cuanto a Joshua, sólo se decidió por cortar con sus lazos. Sin dudarlo. No era una existencia que quisiera tener en su vida después de lo que le hizo. Los vampiros no intervenían en las relaciones de otros, no usaban sus trucos entre los suyos, era una especie de acuerdo no dicho que tenían todos entre sí. Formaran parte de un aquelarre o no. Hacerlo era sobrepasar los límites y ese mestizo en particular los había cruzado como si no fueran nada. Había abusado de su confianza y del lugar que ocupaba en su vida con una arrogancia excepcional, y su sangre todavía hervía al recordarlo. Porque incluso si había sido un gran amigo, su deseo por querer abrirle el pecho con las manos y arrancarle el corazón estaba allí. Presente, oscuro y contaminando cualquier rastro de buenos recuerdos que hubiera en su memoria.

Y qué poco le interesaban esas memorias ahora.

Verle la cara en el trabajo no ayudaba, lo hacía sentir enfermo porque para su desgracia seguían siendo compañeros.
Todavía no encontraba a alguien que pudiera ser un reemplazo apropiado. Y él en serio necesitaba otra persona para que ocupara su puesto de una vez y hasta que no hallara alguien con un nivel de eficiencia similar, no lo despediría. Podía repudiarlo y guardarle todo el rencor que quisiera, porque estaba en su maldito derecho, lo había jodido y sido una de las causas de que su corazón se rompiera. Sin embargo, no cometeria una estupidez. Atascarse con sus funciones o darle trabajo a un incompetente no era algo que tuviera planeado.

Para diciembre, sus resoluciones habían conseguido establecerse al igual que sus prioridades a un nivel bastante decente.
Ahogarse en un pozo de autocompasión lo tenía harto así que dejó de estar tan metido en su mente. Se enfocó en su trabajo, en entrevistar personas y leer los manuscritos apilados que tenía en un rincón de su habitación. Hizo lo que se le daba mejor y funcionó, por momentos y cuando no estaba en su casa principalmente.

Kkima fue un factor fundamental en su rutina, tener al cachorro a su lado y constantemente pidiéndole atención sirvió para distraerlo. Fue sanador y reconfortante pasar tiempo con él. No tenía la presión de hablar sobre sus sentimientos o de cómo estaba, no tenía que forzarse a nada porque se trataba de un simple perro. No podía exigirle esas cosas, ni siquiera con la mirada como lo hacían sus amigos.

Bloodiest - Jeongcheol Donde viven las historias. Descúbrelo ahora