Capitulo 3: El precio de la libertad

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Su hermana Rosie se había ido a la cuidad y él se había quedado en su habitación

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Su hermana Rosie se había ido a la cuidad y él se había quedado en su habitación. Tenía que terminar las tareas que le habían encomendado sus profesores privados y William empezaba a sentirse especialmente agobiado aquel mediodía. Era absolutamente necesario que aprendiera todas las materias que le impartían para poder desempeñar el rol que se le había asignado desde que su padre falleciera. No había ningún detalle dejado al azar. Pronto recibiría formación más específica en derecho, economía, matemáticas financieras...materias como arte o dibujo iban a ser pronto eliminadas de su plan de estudios. No le habían dejado decidir nada.

Y eso le molestaba especialmente. Nadie le escuchaba, se sentía como una marioneta en manos de otros. ¿Por qué nadie parecía interesarse en otra cosa que no fuera instruirle en materias serias y aburridas? El niño quería experimentar con las manos, enterrar sus dedos en la tierra, ensuciarse con las pinturas de su hermana...no le era permitido aprender a pintar, porque aquel no era un oficio propio de caballeros. Pero William se rebelaba contra ello. Sobre todo porque adoraba trabajar con las manos. Jugar con el barro, construirse sus propios juguetes...era algo que hacía a escondidas sabiendo que no era especialmente del agrado de su tía que esperaba que cultivara su intelecto.

—Tú, como hijo de William Clyde Ardlay, tú más que nadie debes estar a la altura de lo que se espera de ti, querido. Trabajar con las manos es propio de las clases sociales inferiores. No es adecuado para alguien como tú. No quiero que vuelvas a hacerlo...te lo prohíbo ¿Lo has entendido, querido? No es propio de un Ardlay.—Dijo hosca cuando vio que había construido un pequeño muñeco con sus propias manos.

William miró al suelo avergonzado. Pero no se deshizo del muñeco.

Era una torpe copia de su padre y decidió guardarlo en el cajón de su mesilla de noche, junto con la figurita que había hecho de su madre a partir de un hermoso retrato de la sala. Aquella fue otra de las muchas veces en que el espíritu rebelde del niño se había impuesto para contradecir las rígidas órdenes de su tía. No la entendía y se preguntaba quién de la familia la había entendido alguna vez.

Hacía rato que había terminado las tareas que le habían encomendado sus profesores y se le ocurrió salir de su habitación en el tercer piso de la mansión e ir a enseñárselo a su tía. Era la hermana mayor de su padre, el único pariente vivo además de su hermana que le quedaba en el mundo. El niño había hecho importantes avances en sus estudios y le quería enseñar a su tía un pequeño ingenio que había construido en su cuarto durante las pausas de las clases. Solía descansar y dejar volar su poderosa imaginación estimulada además  por un viejo profesor de historia con vocación frustrada de inventor: el señor Jenkins, quien  además, le había alentado a construirlo.

Era una jaula dorada con la figura de un pajarillo cantor de brillantes plumas que entonaba alegres gorjeos tras los barrotes de una jaula. Cantaba después de darle cuerda gracias a un mecanismo de engranajes asociado a una caja de música oculta en su interior.

Amor Cautivo [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now