Capítulo 2: Un nuevo amigo para Bert

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Unos golpes en la puerta de su habitación le sacaron de sus pensamientos sombríos

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Unos golpes en la puerta de su habitación le sacaron de sus pensamientos sombríos. El niño dejó lo que estaba haciendo y abrió la puerta. Su hermana Rose le sonreía y abrió los brazos para acogerlo.

—¡Rosie..!—Lloró William mientras se refugiaba en sus brazos abiertos.

Ella le acarició con ternura los rubios cabellos de su hermano pequeño al que amaba profundamente.

  —Lo sé, mi querido Bert. La tía ha sido inflexible en esto. Lo siento, cariño. No hay nada que yo pueda hacer por ti. Tan niño y tener que asumir una responsabilidad tan grande...—Suspiro.— Pero no te preocupes. Tienes a gente que te quiere a tu lado: me tienes a mí y también tienes a Georges. No hay nada que temer...—Dijo dándole un beso en la frente tibia.

—Pero Rosie...si no puedo, si no llego... ¡No sé si podré hacerlo...! . —Exclamo el niño enjugándose las lágrimas.

Rosemary estaba conmovida pero no podía permitir que su hermano desfayeciera.

—Vamos, Bert. Claro que podrás...Papá confiaba en ti. Estoy segura de que él te ayudará desde el Cielo. —Convino sonriente.

Rosemary lamentaba no haber nacido hombre. De otra manera, la responsabilidad de cuidar de todos ellos habría recaído sobre sus hombros. Y lo habría preferido mil veces...

Le dolía ver a su hermano en aquel estado.

—Pero es que la tía no me ha escuchado...—Se lamentó Bert.

Su hermana se acercó y le tomó de los hombros con suavidad mientras lo miraba fijamente a los ojos. Había una infinita compasión en ellos.

—Y no lo hará, mi querido niño. Nuestra familia es conservadora. El orden de sucesión para ocupar el lugar de nuestro padre pasa de William a William y por desgracia, siempre va a predominar el hijo sobre la hija, aunque yo sea la primogénita. Aunque mis dotes intelectuales igualen a las de nuestro padre...da lo mismo lo mucho que me esfuerce por demostrar mi valía. He nacido mujer y he de conformarme con adornar la casa de alguien ansioso por ganar influencia gracias al pedigrí de nuestro apellido.

Albert miró al suelo y suspiró. La situación de su hermana era incluso peor que la suya.

—No lo entiendo, Rosie. Tú eres inteligente y muy capaz de asumir el puesto de papá. Te he visto en la biblioteca leer todos esos libros horribles que ahora tengo que estudiar yo. Os he escuchado a ti y a papá hablar de los asuntos de nuestras empresas. Sé que muchas veces te pedía tu opinión sobre asuntos difíciles. Y ahora... ahora yo sólo quiero jugar y divertirme, Rosie. Estar con nuestros primos y jugar con los niños de mi edad... Esto no es justo.—Se lamentó con la voz quebrada.

Rose le tomó con ternura la cara entre las manos, le enjuagó  las lágrimas y le habló con dulzura.

—No, no lo es, cariño. Lamentablemente así es el mundo...Pero ¿sabes una cosa? esto no va a durar para siempre. Estoy segura de que con el tiempo todo mejorará para ti. Piensa que tu futuro va a ser brillante: te harás un hombre de provecho y harás grandes cosas, como papá. Así que anímate y salgamos al jardín, cariño ¿vale? Sal de esta habitación conmigo. Tengo una sorpresa para ti...

Albert se animó de inmediato. Tomó de la mano a su hermana mayor y ella lo condujo hasta el jardín.

Georges los vio y sonrió.

Rose estaba muy hermosa aquella mañana de primavera.

Llevaba puesto un suntuoso traje de seda verde esmeralda que acentuaba el color de sus ojos. Las pecas en el puente de su nariz respingona le daban un aire travieso que la rejuvenecía. Parecía una niña, aunque tenía veintitrés años. Y para muchos era una codiciada dama a la que muchas ilustres familias de Chicago estaban ansiosas por casar con sus hijos.

Georges lo sabía y suspiraba por ella en secreto. La conocía muy bien, casi desde que eran niños. Desde que la viera correr por los Campos Elíseos por primera vez su corazón ya se había quedado cautivado por ella.

Sus padres lo habían rescatado de las frías calles de París. El joven había recibido una buena educación gracias a la generosidad de los Ardlay y un futuro. William Clyde como buen observador de las cualidades humanas había reparado en las de Georges desde el primer momento. Intuyó que detrás del aspecto adusto y desgarbado de aquel niño había un espíritu leal y honorable al que la vida había tratado injustamente.

Para Georges ser la mano derecha de un hombre del carisma y generosidad de William Clyde era suficiente premio. Sus conocimientos en artes marciales le conferían habilidad para la lucha y una fuerza temible  que  en no pocas ocasiones había tenido la oportunidad de poner en práctica para proteger a su benefactor. Pero también para protegerla a ella: su amor secreto. Por muchas oportunidades que tuviera de encontrar pareja, Georges siempre acababa por descartarlas a todas. Nadie podía compararse con la belleza y las cualidades de Rosemary a quien amaba profundamente. 

Pero era algo destinado a no florecer nunca.

 Para los Ardlay sería una traición. Jamás tolerarían semejante unión. Además, el corazón de la joven ya se había quedado prendado del capitán Vincent Brown. Un apuesto marinero de ojos de grises, anchos hombros y cabello castaño dorado.

Georges no tenía nada que hacer contra los sentimientos de ella y lo asumió con elegancia.

Rose se había dejado acompañar por el joven capitán con frecuencia. Lo había conocido de casualidad tras haber sido contratado por William Clyde para que le trajese mercancía desde Oceanía.

Era un encargo bastante delicado y para ese tipo de trabajos, el capitán Brown era el mejor. Georges fue testigo de cómo la amabilidad de aquel hombre, la sencillez y sus valores fueron calando hondo en el ánimo de la joven heredera, hasta el punto de irse convirtiendo en un profundo amor.

Y aunque le doliera él fue convirtiéndose en su cómplice mientras la llevaba a escondidas en coche para acudir a sus citas secretas. Se convirtió en su sombra mientras los jóvenes enamorados paseaban juntos por el parque nacional de Chicago.

—Vamos, Georges enséñale a Bert lo que hemos encontrado en el jardín.

El fiel  hombre de confianza le entregó a su protegido un pequeño cachorro de mofeta que le hizo arrugar la nariz.

—¡Oh...una mofeta!— Exclamó maravillado.

Georges sonrió y le dijo:

— Señorito William, hemos pensado que sería una buena mascota para usted. La señorita Rosemary la encontró esta mañana en el jardín. Creemos que el veneno para plagas que ha comprado el jardinero ha debido de matar por accidente a sus padres tras haberse alimentado de los insectos muertos.

Albert acarició la cabeza del pequeño animal que lo miraba con ojillos temerosos. Lo olfateaba y parecía querer escurrirse de sus pequeñas manos.

—Entonces...ella está como yo.—Afirmó el niño emocionado, mientras se la guardaba en el ancho bolsillo de su chaqueta de lana inglesa donde el animalillo se hizo un ovillo y se quedó profundamente dormido.

Al ver la escena Georges y Rosemary se miraron cómplices.

—Está bien. Yo la cuidaré. Pero tendremos que ponerle un nombre...—Añadió rascándose la coronilla.

Rose sonrió.

—¿Qué te parece si la llamamos Puppet?

—¿Qué te parece si la llamamos Puppet?

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Amor Cautivo [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now