Capítulo10: Oxford II

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William y Vanessa estaban empezando a cansarse

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William y Vanessa estaban empezando a cansarse. Después de que las notas hubiesen salido publicadas en el tablón de anuncios del aula uno de los cabecillas de la pandilla que habitualmente los hostigaban se burló:

—Mirad, chicos. Extraño William y Víctor el Marica han sacado matrícula de honor. ¡Puaf! apestan a compra de favores ¿No es cierto, Víctor? Todo el mundo sabe que al profesor de Derecho Mercantil le gustan los muchachos—escupió  maliciosamente el líder de la pandilla.

A él se unió otro compinche, rechoncho y con voz desagradable. 

—Esta es la prueba de tu recompensa. ¡Y Extraño William seguro que se unió a la fiesta! —gritó teatralmente en medio del campus esperando que todo el mundo lo oyera.

Arthur Mc Bride era un joven atractivo, de negros cabellos y fríos ojos azules. Era hijo de una de las familias más importantes de Londres. Odiaba que alguien pudiese hacerle sombra. Era arrogante y no tenía ningún escrúpulo para conseguir lo que quisiera. Detestaba al joven Ardlay desde el primer instante en que le vio. Allí, sentado en medio del césped, enfrascado en un complejo libro de álgebra, con aquellos aires de bicho raro que se daba. Por Dios Santo, hasta se había enfrentado a ellos cuando se estaban divirtiendo con el estúpido gato del conserje. Tanto él, como el marica de su amigo se habían puesto a increparles. Pero en aquella ocasión habían recibido su merecido.

Había que darle una lección y también quería sacar provecho del potencial de aquel bicho raro. Así, que como siempre que sucedía con los novatos decidió sacar ventaja de su tamaño y fuerza para hacer lo que mejor se le daba: sacar provecho de los demás. Todos los novatos, tarde o temprano acababan cediendo a sus amenazas. Y aquel petimetre rubio con cara de nena, no iba a ser menos. Ya lo había amenazado en varias ocasiones con darle una paliza si no le hacía el trabajo que el catedrático de economía les había encomendado como tarea final. Y aquello lo estaba desquiciando, el cursi aquel, no parecía hacerle el menor caso.

Por otro lado, estaba aterrorizado... había faltado a más de la mitad de las clases. Sus apuntes eran un desastre. Si bajaba el rendimiento, si lo expulsaban de la universidad su padre lo mataría. ¿Y qué iba a ser de él? Los castigos físicos de su progenitor lo aterrorizaban. Pero él lo soportaba, porque para él la violencia curtía a un hombre. Por Dios Santo...todavía recordaba los castigos físicos en la escuela Secundaria. Y la letra entró en su cabeza con la sangre, con el dolor de la vara de castigo.

—Jajaja...— Rio el que apodaban Gordo Joe.

Era pelirrojo, torpe para los deportes y de oscuros ojos ratoniles. Solía dejarse ver por el campus en compañía de Arthur, de quien no se separaba. Su padre un importante magnate del sector del acero le había conseguido la plaza gracias a una generosa donación. Gordo Joe Smithson se tronchaba de risa compartiendo y celebrando con su amigo las ocurrencias de este. Chocaron las palmas y estaban a punto de irse, cuando recibieron el primer golpe.

Gordo Joe se agachó, agarrándose el estómago.

— ¡Ah, desgraciado! — gritó en dirección a Víctor quien burlonamente le hacía un gesto con la mano, invitándole a continuar con la lucha.

Como un toro, cargó contra la muchacha. Y ella ágilmente consiguió esquivar su embestida. Joe, con la inercia acabó estampado de frente en el suelo del campus. Los otros estudiantes, se habían acercado a contemplar la pelea y los habían rodeado. Muchos de los que animaban a Víctor habían sido objeto de los abusos y burlas de Gordo Joe aplaudían su derrota.

Arthur se había llevado las manos al puente de la nariz, de la que brotaba abundante sangre. William, aguardaba con calma su contraataque.

Pero Arthur, sabiéndose en desventaja, ayudó a su cómplice a levantarse y con los ojos inyectados en sangre le amenazó:

—Esto no va a quedar así, Layard. Me las vas a pagar...—Sus crueles y fríos ojos quedaron fijos en William. 

Era una promesa.

Humillado, profundamente irritado con aquel petimetre estadounidense, Mc Bride supo que se vengaría. Aunque no sabía cómo. Le haría pagar a aquel desgraciado su humillación. Nadie, nadie tenía derecho a cuestionar su lugar en el campus. Su familia era poderosa y ciertamente su padre le daría ideas para escarmentar a aquel advenedizo.

William se sacudió el polvo de su americana de tweed inglés. Miró con los ojos brillantes a Vanessa y le preguntó con un susurro:

— ¿Estás bien?— Inquirió preocupado tocándole el hombro con suavidad.

—Sí ...— Le respondió ella con entusiasmo, se sentía invencible.

Después, ambos muy juntos se abrieron paso  entre los vítores de sus compañeros. Algunos, les tocaron los hombros con entusiasmo a medida que se abrían paso entre la multitud que aplaudía entusiasmada.

Más alejados del bullicioso grupo, William se paró. Se quedó pensativo y luego le dijo a su amiga:

—En realidad, no hay nada malo en enamorarse de personas del mismo sexo —afirmó con convicción sabiendo que aquello era considerado una enfermedad y un delito.

Sabía de las andanzas de Oscar Wilde y que aquellos afectos eran castigados con duras penas de cárcel.

—Que nos insulten de esta manera, no debe de importunarnos...son unos impresentables. Además, el pobre profesor de Derecho Mercantil está enamorado de la hija del conserje...—añadió Vanessa divertida.

"Desde luego, que los rumores maliciosos pueden arruinar la reputación de cualquiera. Qué gente más vil...", pensó ella asqueada.

—El amor adopta muchas formas. Y realmente, estaba deseando darles una lección a ese par de matones de taberna—suspiró William apretando los nudillos y guiñando un ojo cómplice quien se había convertido en su compañera de peleas.

— Tienes razón, William. El amor adopta muchas formas. Y deberíamos abrazarlo, sin miedo y abandonarnos a él. Esos pobres diablos están prisioneros de sus propios prejuicios. — Dijo ella, pensando en lo que diría su padre si supiera de sus anhelos amorosos.

Un hombre moreno, con un discreto bigote y mirada enigmática asomó por su mente. Luego, de la misma manera que había aparecido se esfumó. Aquello desde luego, nunca iba a ser posible. Los separaban demasiadas diferencias, pero secretamente albergó la esperanza de que quizá algún día...

—Así es, querido amigo —suspiró la joven.

— ¿Qué tal si nos vamos a tomar una cerveza y lo celebramos? Nuestras notas nunca han sido mejores— propuso William con entusiasmo.

— ¡Oh, si! Cerveza fresquita, por favor.—Se sumó ella totalmente de acuerdo con la idea.

—Se sumó ella totalmente de acuerdo con la idea

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Amor Cautivo [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now