Parte 5. Si no lo veo...

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   Al comedor acudieron pocos residentes, unos cuantos se fueron de excursión a un parque cultural muy cerca de la ciudad, como venían haciendo una vez al mes, para no perder contacto con el exterior.

   Las cuidadoras que quedaban en la residencia, entre ellas Celeste, se distribuyeron el trabajo para todo el día. Unas daban la comida y cena, otras preparaban a los ancianos por la mañana, las restantes los ayudaban en los paseos por la tarde y previo a la noche.

   Esther se sentó en la misma mesa que Martin, sólo por esa vez.  Tenía mucha curiosidad por hablar con él, casi no había pegado ojo esa noche y cuando se hizo de día no acudió a la Biblioteca. Lo había sustituido Francisco, amante de los libros, pero con muchos menos conocimientos sobre el funcionamiento de tal empresa, aunque consiguió dejarle un libro a Esther sobre cocina. Estaba orgulloso de sí mismo.

   Esther le plantó el libro delante de la cara a Martin.

 -Mira lo que me ha recomendado tu sustituto, me habrá visto cara de cocinera- puntualizó, levantando la voz.

-Cocinera no, pero instigadora a cometer fechorías, sí. Y si eso lo aderezas con inventora de historias sobrenaturales, el maridaje es perfecto. -señaló con sorna.

-¡Muy gracioso! Te recuerdo que lo planeamos juntos y estabas de acuerdo en nuestro plan.

Esther lo miró con ojos desorbitados, su amigo seguía sin creerla y eso la enfurecía.

_Mira Esther, te contaré mis averiguaciones, pero será esta tarde en el jardín, aunque si llueve quedamos en el  salón de los bizcochos.  

_¿Cuál es el salón de los bizcochos? -dijo Roberto. -No lo conozco.

  No se habían dado cuenta que en la mesa había más comensales.

-Ah, ehhh, lo llamamos así porque las sillas parecen bizcochos -explicó Esther poniéndose roja como un tomate. -Al ser grandes y marrones nos pareció gracioso-.

  Martin le propinó un codazo bajo la mesa, sabía que ella se ponía de aquel color cuando mentía.  Siempre la pillaba. Recordó que le pusieron ese nombre cuando Molly devoró tantos bizcochos allí que Esther tuvo que salir y serenarse, y así se la encontró en el pasillo, respirando profundamente, con la mano en el pecho, mirada perdida y sólo acertaba a decir la palabra "bizcocho".  Fue muy gracioso.

  Tras una comida nada copiosa, porque esa residencia no se caracterizaba por la cantidad, sino por la calidad, (eso rezaba el folleto informativo), decidieron dar un paseo hasta la sala común y sentarse a jugar al parchís. 

   Estaban solos en la sala, todavía no habían regresado los demás de la excursión.

  -Dime qué averiguaste ayer -Amenazó ella tirando el dado con fuerza.

  -No -espetó él, aquí hay cámaras de vigilancia, esta tarde te lo comentaré. -Has sacado un cinco, puedes sacar una ficha. Se quedaron unos minutos con las miradas cruzadas en señal de batalla sin armas. Saltaban chispas o eso parecía.

  De repente entró Celeste en la sala y rápidamente se acercó a ellos con una gran sonrisa y mirándolos con sus grandes ojos.

  -¡Hola! Os llamáis Esther y Martin ¿verdad?, hace poco que estoy trabajando aquí y no habíamos coincidido. ¿Os puedo hacer una pregunta? ¿Sabéis si la enfermera Silvia tiene taquilla y dónde se encuentra? -Seguía sonriendo mientras se sentaba al lado de Martin.

  -Imagino que la tendrá en la sala de enfermería -la voz de Esther titilaba como la llamita de una vela.

   Sintió un golpe por debajo de la mesa, Martin le había propinado una patada mientras la atravesaba con la mirada intentando que se comportara.

   Celeste dejó de sonreír, su cara se había transformado  -Sé que me has reconocido, Esther.  También sé que me estáis investigando con vuestras escasas y tristes facultades. Por desgracia nos hemos tenido que encontrar en este maldito lugar y por supuesto, recalcó, no os voy a contar nada. Ni os interesa, ni os metáis en mis cosas. -Conminó mientras se levantaba de la silla con brusquedad.  Al instante agarró del cuello por detrás a Esther -¿Lo habéis entendido?

   Asintió en la medida que le permitían las garras de aquella horrible mujer.

  La soltó con fuerza y tras darle una patada a una silla desapareció tan rápido como había aparecido.

   Las piernas de ambos temblaban y hubo de pasar un rato hasta que uno de ellos se pronunció.

   -Si no lo veo.... -balbuceó Martin.




AtardeceresWhere stories live. Discover now