CAPITULO ONCE

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“Padres felices”

Año 1530
Estambul, Turquía

Los celos te invaden por completo y no son capaces de dejarte en paz, eso era lo que por la mente de Suleyman paseaba, luego de ver aquella escena.

En cuanto observó que Ibrahim y sus hijos se fueron de aquella habitación y Mahidevran quedó sola mirando la ciudad entera desde la terraza.

Mirando aquellos ojos tan bellos que por años le robaban los suspiros, su dulce sonrisa que te derrite con solo verla, sus tersas manos que te dan calor con un solo toque.

Hürrem despidió a sus hijos mandando los a sus respectivas habitaciones, viendo al sultán tan perdido se acercó abrazándolo por la espalda.

—Vamos a recostarnos Suleyman, tenemos que descansar — beso su mejilla haciendo que se diera la vuelta.

—Tienes razón, ve a tus aposcentos amor mío, quiero estar solo está noche. —tomo su mano dejando un suave roce de labios en el dorso de la misma.

—Pero-

—Ve Hürrem, todo está bien, solo estoy cansado.

—Pero yo deseo quedarme contigo —beso sus labios atrayéndolo hacia ella.

—Vete por favor —la aleja sonriendo sin ganas.

—Esta bien.

Sale derrotada y sin más que decir, nuevamente el gobernante se dirige al balcón mirando a la que en algún momento fue su mujer.

Sin embargo, no encontró nada, pues ya estaba adentro de su habitación

—¡Agas! —los nombrados hacen acto de presencia —Llamen a la sultana Mahidevran.

Así fue, aunque extrañada llegó a los aposcentos del sultán con una elegante reverencia aprecio frente a Suleyman.

Suleyman

—Mi sultán, me ha mandado a llamar.

—Si, Mahi —despues de años la había vuelto a llamar por ese apodo que le coloque cuando quedó embarazada de Mustafa.

—¿Mahi?

—¿Qué tiene? Hace años no te llamaba así, te encantaba que te llamara de ese modo —acarició su suave mejilla, pero se aleja repentinamente.

—¿Sucede algo con nuestros hijos?

—No, nada, solo quería verte —en mis palabras había sinceridad, pero al mismo tiempo mentira, pues los celos me invaden por dentro.

—¿Verme? —escucho como una pequeña risa sarcástica se escapa de sus labios.

—Claro, después de tanto, volver a ver tu rostro, tus hermosos ojos, esa dersa piel que tienes, esos bellos labios —la atraigo besándola sin su consentimiento y sintiendo como se retiene a mi beso.

Una lágrima rebelde recorre su mejilla cuando nos separamos, trata de correr a la puerta, pero la retengo tomándola del brazo.

—No huyas de mi.

—Con Permiso, mi sultán.

Entendía su actitud, no la volví a llamar desde que se embarazo de Zeynep, pero pretendía no desproteger la de ahora en adelante, dicen por ahí que; "no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes."

Y era cierto.

—Por favor, no te vayas, solo quiero hablar contigo, no planeo volver a dañarte Mahi.

LA SULTANA DE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora