PROLOGUE

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El distrito 8 podría ser considerado uno de los más pobres, nunca por delante del once o del doce

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El distrito 8 podría ser considerado uno de los más pobres, nunca por delante del once o del doce. Se especializaban en telas, en costura y moda. El Capitolio vestía extravagantes vestimentas que nacían de sus grandes fábricas, los agentes de la paz se protegían con uniformes reforzados en los almacenes oscuros del ocho y, a pesar de su vital importancia para el ego y clasismo de la gran ciudad, ellos apenas podían permitirse tristes y oscuros monos grises que hacían juego con sus ojeras.

Nadie en el distrito ocho era afortunado. Tal vez el alcalde y su familia, o los pocos vencedores que poseían y no debían volver a la zona industrial. La poca burguesía, o esa minoría que podía permitirse no tener que hacer una jornada semanal en una fábrica textil cuando salían de sus trabajos habituales.

Constance jamás había sido afortunada. Ningún Feynman, en realidad. Uno de sus tíos murió en los Juegos décadas atrás, y a pesar del miedo de su madre debía pedir teselas cada año si quería mantener vivos a sus hermanos. Demasiados hijos para mantener. Demasiadas papeletas en la urna de cristal que cada año sentenciaban a un niño a una muerte inminente. No temía a los Juegos, a la estadística o a la muerte. Sabía que, cada año, sus probabilidades aumentaban, y no dudaba en que saldría elegida antes de los dieciocho. Demasiadas bocas para alimentar, demasiadas teselas extra y demasiada mala suerte sobre su apellido.

— Lo siento, cariño, me he quedado dormida...

— Está bien — aseguró, abrochando las camisas de sus hermanos menores. En fila, los cuatro niños sonreían a su hermana mayor con emoción. La única niña además de ella, esperaba paciente para ir a la plaza central—. ¿Te han pagado ya las horas extra?

— Sí, ¿necesitas...?

— No — detuvo. Sus orbes oscuros, idénticos a los suyos, se llenaron de lágrimas sabiendo el discurso que daría su hija. El mismo desde que cumplió los doce y comenzó a pedir teselas—. Si salgo elegida hoy, guarda esos ahorros para emergencias. El señor Tucker te dará mensualmente la cantidad acordada, y así no deberán pedir teselas. Que ellos jamás pidan teselas, mamá. Juramelo.

— Connie, mi niña...

— Juramelo — cortó bruscamente. Su madre, envejecida por el duro trabajo y el estrés, asintió conteniendo las lágrimas—. No quiero ser dura contigo, mamá, pero necesito que seas fuerte si mañana no estoy aquí. Ellos te necesitarán.

— No hables así, por favor... — lloró—. Hay muchas niñas, muchas papeletas...

Constance jamás le había dicho a su madre cuántas veces salía su nombre en la urna. Prefería que no lo supiera.

— Tomo precauciones — alzó en brazos a Isaiah, el menor, y con la mano libre tiró levemente de su mellizo Isaac—. Vamos, se hará tarde.

Su madre alzó en brazos a Auggie, y los dos niños restantes se dieron la mano para ir juntos a la gran plaza central. Pasaron los controles, y tuvo que ir al frente con las niñas de quince años ya que sus hermanos aún no entraban en el sorteo. Podía ver de reojo a los cuatro niños susurrar entre sí, y a Augusta jugar con el lazo de su remendado vestido rosa. A veces se arrepentía de arriesgar su vida de ese modo, pero haría lo que fuera por ellos. Por su familia.

𝐆𝐄𝐄𝐊 | THGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora