Picar los cuerpos. Las palabras se repetían en mi cabeza sin parar. Picar los cuerpos. Me enderecé, eché la cabeza hacia atrás y exhalé sin abrir los ojos. Después, como si nada, pero haciendo un gran esfuerzo por dentro, caminé hacia la cocina. Cuando pasé al lado de las escaleras al segundo piso, miré un instante hacia arriba. Vi a Valentina de pie en lo alto, tensa como la cuerda al cuello de un suicida. ¿Habría escuchado? Picar los cuerpos. Mi subconsciente decidió cual sería la habitación en la que picarían los cuerpos, así pues, les mandó señales a mis piernas de hacia dónde ir sin yo poder interponerme. Picar los cuerpos. De la cocina partía un corredor hacia la puerta de un depósito. Jamás había tenido pensamientos y sensaciones tan fatalistas de ese pasillo y esa puerta hasta esa caminata, larga y espeluznante. Nunca utilicé el depósito, pues la mayoría de las cosas que necesitaba para el expendio ya las tenía a la mano, en el gran cuarto que debía ser la verdadera sala, pero que yo había acondicionado para las muestras de carne al público. La otra mitad de la casa era para habitar, por lo que no quería tener nada relacionado con el trabajo allí. Por eso en muy contadas ocasiones llegué a hacer ese recorrido; ni siquiera volteaba a mirar la puerta en la otra punta del pasillo. Picar los cuerpos. Esa vez no pude evitar ver con mayor detalle esa sección de la casa. Las paredes descascarilladas de un sucio amarillo le daban al lugar un sentimiento de abandono del cual no me había percatado antes; en realidad, nunca había entendido lo antigua que era aquella casa hasta ese momento. Llegó a mi nariz el olor a viejo de los lugares con suficientes años encima como para decir que estaban embrujados, esos de los hacían gala los barrios populares de mi ciudad. Y es que, cuando alcé la mirada con el ceño fruncido en busca del origen de ese olor, en las esquinas de las paredes vi filtraciones de agua jamás arregladas. El moho y los hongos se habían hecho dueños del panel de yeso que sobresalía de la pintura cuarteada. En comparación con el resto de la casa, parecía que el corredor se estuviese pudriendo. Las baldosas del suelo eran antiquísimas, según aprecié por los arreglos florales de mal gusto que, después de tantas décadas, estaban con sus colores apagados. No había ninguna ventana, por lo que para ver tales detalles tuve que prender por primera vez la bombilla del techo, la cual parpadeó un rato, como intentando volver a la vida, para después iluminar con desgana el lugar.
La puerta del depósito no ayuda a mis temores. Era más grande de lo que cabría de esperar para la puerta de una casa. Estaba hecha de negra madera salteada por hendiduras y —por extraño que parezca— manchas de color sangre. Me da escalofríos solo de pensar que esta peculiaridad fuese una burla del destino. La puerta marcaba una presencia premonitoria en el pasillo, así como la veía, como un ente que incitaba a acercarse a los menos cautos y más desgraciados. «Soy la puerta hacia tu desenlace» me decía la puerta en la mente mientras que, no sé si por culpa de la poca luz o la claustrofobia, se hacía más grande a cada paso. «Ahora que me has mirado fijamente, no puedes escapar de mi»
Sea quien sea el que está leyendo este escrito, debe de pensar que estoy loco. Sí, lo dije al principio: solo me queda la locura. Quizás no estoy tan demente, pero sé que perderé la cordura por completo en algún momento. No lo entiendo, pero está empezando. ¿Te acuerdas cuando te dije que escuchaba los gritos de la chica? Bien, están empeorando. No importa, después llegaré a eso. Primero lo primero.
Picar los cuerpos. Cuando llegué ante la puerta y puse mi mano sobre el pomo, la voz y las sensaciones se apagaron de golpe. La puerta, pese a estar claramente vieja, no parecía ningún tipo de ente premonitorio. Antes de abrirla, me llevé una mano a la frente y noté que estaba sudando a cantaros. Me palpitaba tanto el pecho que creía iba a darme un infarto.
—Es aquí —preguntó el muchacho. Me apartó a un lado y abrió él mismo la puerta.
Sí, allí se picarían los cuerpos. Era una habitación macabra, eso es indudable. No he vuelto a entrar desde todos los acontecimientos, pero está impresa en mi cabeza. Cuando entré, una vaharada de aire rancio me golpeó la cara e hizo que me escocieran los ojos.
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SANGRE AL ROJO VIVO
HorrorDesde que tuvo que prestar su carnicería para desmembrar y desaparecer cuerpos, Mauricio ha visto y oído, cada vez con mayor intensidad, la presencia de una de las víctimas: una adolescente de no más de dieciséis años que fue secuestrada, torturada...