De la Discusión y la Presencia de Aquella Noche

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Necesitaba descansar de este escrito. Como dije al principio del anterior capítulo, Valentina tocó a mi puerta para despedirse. Fue una conversación larga y tensa, pero en ningún momento pude zafar de mis recuerdos la noche en donde mi destino se decidió. Tan paranoico como estaba, no es de extrañar la impresión cuando llamó. Sin embargo, ahora que por fin expulsé toda la mierda de la noche cuando llegaron esos tres colegiales, puedo contar mi conversación con Valentina, y de paso una nueva fase creo comenzó a raíz de escribir esto, o quizás... el fantasma de la chica vino para acosarme.

Como bien dije, abrí la puerta con el miedo de encontrarme a los chicos o a la policía, pero encontré fue a Valentina, más fiera que nunca. Lo primero que hizo al entrar y cerrar la puerta fue darme una cachetada. Apenas me golpeó, su semblante cambió de la ira a la desesperación en menos de un segundo. Se tapó la cara, desfigurada por el llanto, y se sentó en el sofá. Repetía una y otra vez "¿Por qué?", y cuando le faltaba el aire, lo recuperaba con un suspiro tan angustioso que llegué a creer iba a morir asfixiada entre las lágrimas. Me senté a su lado y la abracé, también con las lágrimas corriendo raudas por mis mejillas, y le acaricié la espalda. Al parecer, por un momento ignoró todo el odio que me tenía y se recostó sobre mi regazo para ser consolada. Pasó así por lo menos una hora antes de poder tomar control de sí misma. Soltó un último suspiro y un último por qué para después levantarse y alejarse de mí. Se limpió las lágrimas con rabia.

—Te odio —dijo con una voz rasposa por el llanto y la ira. No era algo nuevo para mí, pero aun así dolía.

—Lo siento por eso —me lamenté como muchas otras veces.

—Mentiroso, ¡hijo de puta mentiroso! Si realmente lo lamentaras, no estaríamos en esta situación, Isabella jamás habría... —en un instante se le rompió la voz y volvió a componerse, quizá movida por la pasión.

Antes de que pudiese continuar intervine para tratar de calmarla y regresara a la razón.

—Vuelves para echarme en cara las mismas cosas que me has echado en cara todo este tiempo. Te estás dejando llevar por las emociones de nuevo. Siéntate y hablemos como...

—¿Personas maduras? ¿Calmadas? ¿Sensatas? ¡Dios mío! Después de todo lo que ha pasado es increíble cómo puedes pretender que nos comportemos razonablemente. Qué estupidez. Esto dejó de tener lógica justo en la noche en la que aceptaste esa maldita propuesta. ¿Por qué? —Valentina quedó en silencio en espera de una respuesta.

No tenía caso. Ninguno de los dos estábamos en condiciones para llevar una conversación de esa índole. Valentina, con su desbordamiento incontrolable de emociones; yo, con aturdimiento y niebla en la cabeza. ¿Cómo podía expresarme en una charla así cuando difícilmente puedo encontrar las palabras frente a la computadora?

—Otra vez esa pregunta. Ya te expliqué todo lo que podía. No me tienes que acorralar así.

Valentina se pasó una mano temblorosa por su cabellera. En algún tiempo atrás había estado bien arreglada y tinturada, pero ahora se veía despeinada y canosa. Aparentaba más edad de la que tenía.

—Tú te acorralaste solo. Nunca me preguntaste si quería aceptar prestar la casa como un lugar de pique. Tu solito lo decidiste cuando pudimos encontrar otra salida en familia. Estás loco, Mauricio. Es la única explicación que encuentro. ¿Qué otra cosa explicaría la conducta de alguien capaz de aceptar algo así?

No podía refutar contra aquello, no cuando siento que me vuelvo loco día tras día.

—Valen, lo acepté yo, pero tú nunca me dijiste nada, aunque sabías lo que ocurría. Tienes tanta culpa encima como yo. No intentes pasarme la tuya para sentirte mejor.

SANGRE AL ROJO VIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora