Parte doce

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— Muerte por traumatismo penetrante en el área torácica a causa de un objeto punzocortante...

Estaban en el hospital. Él estaba hundido en la silla en la que Desmond lo había sentado hacia aproximadamente una hora. El tiempo seguía pasando de manera absurdamente lenta.

A Harry no le gustaban los hospitales. El olor en el aire, como a antiséptico, le traía memorias de la vez que se había roto el brazo jugando béisbol. Recordaba a la perfección haber estado recostado en una camilla, rodeado por paredes blancas, y ese aroma a desinfectante que terminó por impregnarse incluso en su ropa. No le gustaba.

El menor no había estado prestando demasiada atención a nadie desde que se trasladaron desde su casa al hospital, atravesando prácticamente toda la ciudad. Claro, ahora que no tenía nada más en lo que fijarse, podía darse tiempo de observar al hombre que estaba a su lado.

Desmond tenía una mirada extraña en el rostro. Sus labios estaban apretados en una fina línea, y su cuerpo en general lucía tenso. Su uniforme había sido colocado de manera descuidada, como si hubiera salido de dónde sea que se estuviera alojando con mucha prisa. Probablemente lo había hecho.

Lo único que lo identificaba como oficial era una placa que llevaba en su cinturón. Era dorada y brillante, tenía un águila en pleno vuelo, con las alas extendidas ampliamente a sus costados. Harry pensó que esa no era la placa que llevaba el NYPD, y se preguntó de dónde la habría obtenido, si es que acaso su padre era un hombre con una trayectoria distinguida.

No tuvo demasiado tiempo para pensar en ello, porque pronto Desmond estuvo parado frente a él, con la misma mirada afectada que él había observado antes.

- Tenemos que ir a casa.

Después de aquello todo pareció haber sido un borrón.

Harry no recordaba haber ido a ningún lugar particular después de eso. No recordaba haber comido un panecillo de una tienda de conveniencia cualquiera, ni recordaba haberse dormido en la parte trasera de un auto de policía, ni recordaba haberse puesto un traje negro que le quedaba demasiado grande. Pero lo había hecho, aparentemente, porque a la mañana siguiente, estaba en la iglesia, pisando los bordes de aquel pantalón negro, siendo engullido por una multitud de personas que no conocía, y que también estaban vestidas de pies a cabeza de negro.

Desmond se encontraba justo a su lado, desde que habían salido del hospital había pasado todo el tiempo pegado a su costado. No lo miraba a los ojos nunca, pero Harry podía sentir perfectamente el peso de su mirada en su nuca si se alejaba demasiado de él. Aquello no lo molestaba, pero lo hacía sentir sumamente extraño.

La iglesia olía a incienso, y a flores. La iglesia estaba repleta de ellas, todas blancas, miles de rosas que reposaban en las butacas, e incluso en enormes coronas de flores que estaban junto al retrato perfecto de su madre. Era una foto muy bonita, Harry no recordaba haberla visto nunca de esa manera. Ella tenía el rostro reluciente, con una sonrisa tranquila y el cabello despeinado volando alrededor de su rostro. Parecía demasiado joven.

Sintió un pinchazo en el pecho que lo obligó a apartar la mirada.

El ataúd estaba cerrado, y por momentos Harry pensaba en la posibilidad de abrirlo para ver qué era lo que había dentro. Porque, durante muchos instantes, todo aquello se sentía como una pesadilla muy horrible en la que despertaría, y entonces su madre estaría ahí, acariciando su cabello y diciéndole que todo estaba bien, que no había nada de que preocuparse.

Una mano pesada cayó en su hombro. Harry levantó la vista, y notó que Desmond se había apartado un poco de la multitud para estar con él.

Estaba sentado, encogido, mirando sus manos nerviosas mientras el comandante permanecía rígido a su lado, con la mirada fija en el ataúd al frente. Su expresión era de piedra, pero sus ojos, al igual que el menor, parecían extraviados.

𝑶𝒗𝒆𝒓𝒅𝒐𝒔𝒆 • l.s. [HT+LB] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora