El humo flota vagamente en el aire nocturno de Manhattan mientras nos apoyamos en la terraza, con toda la ciudad extendida bajo nosotros.
—Por los nuevos comienzos para ti —digo mientras sostengo el cigarro como si estuviera brindando con él.
Ry expira una bocanada, haciendo círculos perfectos.
—¿No vas a hacer uno de tus épicos y largos brindis?
Me río.
—No hago brindis largos y épicos. Reservo mi resistencia para otras cosas, muchas gracias.Ry se ríe y luego suspira felizmente.
—La vida es buena, Jeongguk. Y espero que sepas que no voy a ser uno de esos tipos que se desentienden de sus amigos cuando tienen un hijo.
Sonrío.
—Ya lo sé.
—Planeo ser un gran padre. Y el mejor marido de todos. Amo a Yujin con locura. Y estoy jodidamente ilusionado con el bebé —dice, y casi se le vuelve a atragantar—. Pero sabes, la vida es grande. Hay espacio para todo tipo de cosas.
Le doy una palmada en el brazo.
—Entiendo lo que quieres decir. Pero dejemos la mierda sentimental para otro momento —digo mientras un ping familiar golpea el aire.Nuestros teléfonos zumban al mismo tiempo.
Y vibran.
Y vibran otra vez.
Busco el mío en mi bolsillo trasero. Ry también coge el suyo. Cuando abro la pantalla, hago clic en mis mensajes de texto. Hay uno nuevo de YoonGi en el hilo del grupo para la fiesta de mañana.
—Es YoonGi. ¿No se le ha pasado la hora de acostarse?
—Ooooh, quema —dice Ry con una risa—. Por otra parte, son las doce y cuarenta y cinco.
Abro el chat y leo el primer mensaje. Se me desencaja la mandíbula.Santo. Joder. Mierda.
Estoy seguro de que sólo quería enviar esto a su hermana. Miro a mi amigo y noto la sorpresa en su cara.No puedo creer que YoonGi Min haya dicho eso.
Y eso. Y eso.
Y, vaya, lo último.
Sobre mí.
Nuestros teléfonos se silencian cuando la cadena de mensajes termina. Y sé una cosa con absoluta certeza.
La fiesta que voy a dar mañana se ha vuelto mucho más interesante.