Rutina

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Rutina.  

Juliette Carmona es mi nombre. Para muchos soy simplemente Juli para otros solo soy esa loca suicida del otro día, pero la verdad es que soy como una acuarela, una difícil de diluir aunque cuando lo logras puedes admirar el pálido color rosa que emano.

Antes de que el alba se interponga ya eh abierto mis ojos. Mi vista apunta a la ventana, me coloco mis gafas y medio desnuda me acerco a apreciar la noche que pronto morira, mi miedo a las alturas poco a poco fue desapareciendo desde que mi padre y yo nos mudamos a un septimo piso, la idea me sonaba aterradora, pero al apreciar la vista que tenía en mi cuarto no puse objeción.

Pequeñas lucecitas amarillas borrosas brillan entre los gases que emiten las fábricas, flamas que adornan el cerro, y las chicas en tacones que regresan a su hogar. Decadentes verdades que tengo que soportar, eh estado luchando permanentemente contra la ciudad, contra sus injusticias y trampas, muchas veces pierdo la batalla pero en algún momento la costumbre me atará con su soga, que aprieta pero es acogedora.

Me alejo de la ventana y tomo una ducha, el agua está congelada mis labios se entumecen y se decoran de purpura. Procedo a vestirme con el aburrido uniforme beige, seco mi cabello con una toalla y lo amarro con mi casual cola de caballo. El sol está oculto y mi padre sigue dormido, es mi oportunidad para salir desapercibida, pero antes debo tomar mi "Desayuno". Hiervo el agua, es tiempo de preparar un café el cual será el único alimento que mi cuerpo pruebe al menos por el resto de la mañana, oigo ruidos en la habitación y me apresuro a buscar un termo para llevar mi bebida, vierto rápidamente el liquido y este chorrea quemandome el dedo índice. 

 - Buenos días Julieta - Saludó entre un bostezo - ¿Cuál es el apuro?

- Ya sabes padre, el trafico aquí es horrible - Señale tomando el termo y mi mochila.

- ¿Te vas tan rápido? Por lo menos pídeme la bendición.

 - Bendición papá. Voy tarde - Repito mi excusa y me dirijo a la puerta.

- ¿Tarde? Ni siquiera son las 6. Déjame darte un beso Julieta - Se acerca a mí y me atrapa entre la puerta y sus brazos. 

 Sus tibias extremidades me atan y puedo sentir los vellos de su barba dándome un sutil beso en la mejilla, me aprieta con fuerza contra su torso desnudo que igual está lleno de cañones que raspan. El abrazo es largo y mediante pasan los minutos la intensidad aumenta hasta que me siento entre paredes que se cierran, estoy a punto de repudiar el gesto que parece eterno pero oigo un sollozo lo cual me extraña viniendo de mi padre. Es cuando renuncio a mis planes y dejo que las paredes me aplasten.

- ¿Qué te pasa papá? - Pregunto con frialdad. 

 - Nada hija no me gusta que me veas así, solo que, te pareces demasiado a tu madre.

- No hago comentario alguno, tomo mis llaves y abro la puerta.

- Dios te bendiga hija, cuídate mucho. Dice pasando sus manos por su cara. 

 Salgo de la sala y lanzo el último vistazo a mi papá, unos 35 años que se ven reducidos por el abuso del gimnasio, una corta cabellera marrón y la típica barba de semental que asemeja un color casi rojizo, una sonrisa de nostalgia se dibuja en su rostro y es cuando veo que entre el pasillo camina alguien hacia el baño, pasa con velocidad y solo puedo ver que es una mujer joven vestida con un paño bastante corto. Lo ha hecho de nuevo.

Tomo las escaleras pues el ascensor me da pánico, no me preocupa sudar ya que todo el edificio tiene aire acondicionado dándole el ambiente de un ataúd helado. Al fin salgo del iglú y abro el portón que me da leve libertad, camino y llego hasta el último portón saludo al vigilante y este me abre le puerta, me siento en la parada del bus donde pruebo mi café, aun está caliente, mientras lo absorbo no puedo borrar de mi mente a esa chica ingenua que rondaba por mi casa, las habilidades seductoras de mi padre han funcionado una vez más, lo que no sabe la probe muchacha es que ah entrado en la jaula del tigre.

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