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𝑇odo empezó cuando las nornas volvieron a aparecer en mis sueños

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𝑇odo empezó cuando las nornas volvieron a aparecer en mis sueños. No había ocurrido desde hacia un tiempo, sus presencias solamente podían indicar que algo ocurriría y que cambiaría mi vida; aún así, no permití que el presagio arruinara uno de mis tan queridos recuerdos. Me encontraba fuera de la cabaña que mi padre tenía a las afueras de Vermont para vacacionar. Sostenía un hacha para cortar la leña, cuyos pedazos de manera salieron volando cuando ejecuté un movimiento limpio y veloz. Tenía dieciséis años. Los mismos que tenía cuando morí, y los mismos que seguiré teniendo.

Era invierno. La nieve se acumulaba en la entrada de la puerta y en mis botas. Recogí la madera, procurando también adentrarme junto con el hacha a la cabaña. Mi padre atesoraba las mínimas cosas que tenía, respetaba ello. Entré a la pequeña construcción rustica y una voz se amplió en mi inconsciente: «¿Volviste a cortar leña para tu viejo?».

Un hombre se encontraba en la mesa junto a la ventana, barajando unas cartas desteñido por el continuo uso. Entre la parka verde y vieja, el buzo que le acompañaba y el gorro de lana acentuaban sus rasgos que no lo categorizaban como «viejo». A veces decía cosas que no tenían mucho sentido para mí.

En mis recuerdos, mi padre rondaba los treinta y seis años, y siempre recibía comentarios sobre su aspecto juvenil, y una de las razones por la que la gente se sorprendía de tener una hija de dieciséis años. Su rostro era cuadrado, el mentón prominente, más al sonreír, por ello las madres solteras no paraban de lanzarles miradas e indirectas con dobles intenciones. Envidiaba sus ojos, del color del cielo nublado de invierno, y el cabello era rubio y fino, un tanto largo que solía peinar como a las muñecas como entretenimiento. Era mi propio muñeco Ken, sólo que menos bronceado y no necesitaba a Barbie para existir.

La otra razón por la que se sorprendían de que Johan Iversen fuera mi padre era a que no lucía igual que él. Entre tantas memorias, las madres solían mirarme recelosas por arruinarles sus oportunidades con un hombre no casado y codiciado en el pueblo de Westford, simplemente con la creencia de no parecerse al hombre rubio de ojos claros teniendo a una adolescente para nada igual era suficiente para borrar el «problema» que era yo en sus planes. Hubo un tiempo que, a causa de esos comentarios, creí que era adoptada. «No es cierto», me repetía aguantándome las lágrimas contra mi almohada. «Papá me quiere y nunca me diría mentiras». Cuando tenía diez años no comprendía lo que los adultos decían en mi presencia, pero cuando los encontraba desprevenidos, decían sus verdaderos pensamientos. Nunca conocí a mi madre, al menos, antes de cumplir los dieciséis sólo conocía lo que mi padre contaba de ella y cómo la describía.

«Era una verdadera fiera, cielo», solía decir frente al televisor mientras sostenía un vaso frío de cerveza. «La mujer más increíble que he conocido. Valiente y hecha de hierro ante el peligro... Me alegro de que te parezcas a ella. Eso significa que también harás grandes cosas, estoy seguro. Serás toda una belleza».

Mi padre sabía cosas que yo no entendía en aquel entonces, así que solía pensar que el alcohol distorsionaba los recuerdos y le hacía soltar babosadas sin sentido. «¿Grandes cosas, yo?», pensaba cuando me tocaba silenciar la televisión y abrigar el cuerpo del hombre a medianoche, «Ni siquiera tengo amigos, papá, no puedo hacer grandes cosas si ni siquiera puedo mantener a alguien a mi lado». No tenía nada de él, mi padre era un hombre que atraía las miradas de todos, al contrario de mí. Me gustaba pensar que, a pesar de ello, compartíamos algo que a simple vista nadie percibía; el mismo lunar bajo el ojo. Era la suficiente conexión que necesitaba para liberar mi mente de aquellos comentarios.

𝐓𝐇𝐄 𝐒𝐖𝐎𝐑𝐃 𝐎𝐅 𝐒𝐔𝐌𝐌𝐄𝐑 ──── magnus chaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora