ch. 02

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𝐷esperté sin problemas, con discreción y con somnolencia, no muy contenta

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𝐷esperté sin problemas, con discreción y con somnolencia, no muy contenta. Eran usuales las señalaciones hacia mi expresión dura y mirada airada que dificultan la mayoría de mis interacciones sociales más allá de mis compañeros de piso, pero hice caso omiso. Nunca parecía estar placida con lo que sucedía a mi alrededor. Las voces encima de mi cabeza me indicaron que era tiempo de cenar.

Me había quedado dormida en el salón sin empalamientos. Vislumbré chicos con camisas verdes que jugaban sentados abrigados por el calor de las avivadas llamas de la chimenea. Una imagen que me recordó de nuevo el sueño del que acababa de despertar. Mi cuerpo perdió fuerzas y se hundió en el asiento, prefería cerrar los ojos y pensar detenidamente lo que había experimentado. No fue buen idea de mi parte bajar y echarme una siesta en un ambiente que me traía recuerdos de cuándo me encontraba en vida. Todo terminaba recayendo en memorias de mi padre, algo que no me gustaba traer ante mi situación actual.

Me removí del asiento y estiré los brazos. Al bostezar atraje la mirada de algunos chicos que, al devolverlas, noté lo vacía que se volvía el salón de repente. Estaba cansada después del entrenamiento en el campo de batalla, sospechaba que a ninguno de los que rondaban le gustó tener una flecha astillada en sus glóbulos oculares o que traspasaran sus gargantas que salieron disparadas de mi arco.

Cosas como «¡Me la devolverás!» o «¡Buena esa, Aspen, te lo haré pagar la próxima vez!» habitaba oír por parte de algunos, pero no había visto cumplir a nadie aún. No entendía si era demasiado buena con el arco y la flecha o, simplemente, ellos no se tomaban en serio el campo de batalla para hacer promesas vacías.

Bajé la mirada hacia mi estómago, convencida de que tenía hambre. Me levanté y guié mi cuerpo hacia el ascensor. La puerta de la cabina estaba hecha con lanzas y las paredes estaban cubiertas de escudos de oro superpuestos. El tablero de control tenía botones que cubrían desde el suelo hasta el techo. Varios einherjar alcanzaron a adentrarse junto a ella, otros no tuvieron la misma suerte. El espacio empezaba a verse reducido y comenté que era mejor esperar por el siguiente. Al cerrarse las puertas, de los quinientos cuarenta pisos, presioné el de la runa rojiza. El ascensor descendió.

Música de ambiente sonó en el techo. Tarareé entretenida con el sonido, ignorando las risas burlescas que se creaban a mi espalda. Me recordaban a las canciones que mi padre escuchaba en casa, en la noche, cuando bebían chocolate caliente y veían el paisaje nocturno del condado de Chittenden, en el pueblo de Westford.

Se abrieron las puertas del ascensor. Entré en un salón del tamaño de un estadio de beisbol. Gradas con largas mesas como asientos se curvaban hacia abajo desde la sección más elevada. En el centro de la sala, se alzaba un árbol llamado Laeradr. Las ramas más bajas no se alejaban de él en cuanto a tamaño. El manto de las hojas se extendían sobre todo el salón, rozaba el techo abovedo y sobresalía a través de una enorme abertura situada en lo alto del todo. Por encima, las estrellas brillaban en el cielo oscuro.

𝐓𝐇𝐄 𝐒𝐖𝐎𝐑𝐃 𝐎𝐅 𝐒𝐔𝐌𝐌𝐄𝐑 ──── magnus chaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora