ch. 08

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𝑉ermont en verano era hermoso, aunque no muy de mi gusto

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𝑉ermont en verano era hermoso, aunque no muy de mi gusto. Las calles se veían repletas de árboles verdes que adornaban las pistas, incitando a pasear en bicicletas o de pie de la mano de tu pareja o sacar a pasear a tu mascota. Yo no tenía ninguna de esas cosas.

Mi pueblo, Westford, era el lado olvidado del estado. Aburrido y sin nada llamativo para considerar sitio turístico, como si alguien decidiera que fuera el basurero del país. Árboles secos, césped atrofiado y para nada cuidado, casas separadas por al menos veinte metros con basura apilada. Mi padre solía decir que tampoco amaba el pueblo, pero era lo único que tenía; cuando lograra tener más dinero, nos iríamos de paseo a Colorado, donde conoció a mi madre en una estación de esquí.

Lo único salvable de mi pueblo era el lago, que te transportaba a otro mundo y hacía olvidar a todos los pueblerinos los problemas económicos y la poca atención que el estado le brindaba para solucionarlos.

Fue un día de mucho calor, lo recuerdo porqué había sido mi cumpleaños número dieciséis. 21 de junio del año 1995 fue cuando morí en el sitio que, probablemente, era mi segundo favorito luego del porche de mi casa.

El agua cristalina te obligaba a cerrar los ojos por el reflejo de los rayos del sol, obteniendo la brisa cálida golpear contra las hojas de los árboles y arbustos. El cielo era un claro que, mientras más abrías los ojos, más inmenso se volvía y sentías placer de contemplarlo con el cuerpo contra el brillante césped. Las aves cantaban en la cima, a lo lejos, madres conversaban y miraban de reojo a los padres, en especial al mío, que carcajeaba por algún chiste de doble sentido de Carl Hopkins, apoderado de un compañero de mi salón, mientras sostenía una cámara de video.

Se encontraban en mi fiesta de cumpleaños, al aire libre. Los chicos de mi salón se lanzaban hacia el lago con simples bañadores y pistolas de agua. Las chicas, cuchicheaban y reían, con algunos aperitivos encima de la manta de picnic, algunas, valientemente, comprobaban la temperatura del agua de un solo chapuzón. El sol parecía acariciarlos y abrazarlos suavemente, dando la bienvenida al verano.

En cambio, yo estaba bajo la sombra de un árbol porque sentía los rayos del sol como cuchillas acaloradas. Cuando era invierno, no tenía problemas en manejar mi temperatura corporal, en verano tampoco, pero no tenía motivos para saludar a todo el mundo con una sonrisa como si no me molestara el sonido de las aves y del chapoteo.

Era otro recuerdo.

En aquel tiempo no comprendía mis habilidades, ni estaba al tanto de qué tenía algunas; siempre se me consideró extraña por llevar ropa abrigada en verano, y ropa destapada en invierno. Nunca me resfriaba pese al cambio de clima. Los chicos de mi edad lo encontraban fascinante al principio, luego por palabras infundidas por sus padres, me miraban escépticos, como si fuera una clase de rara que escapó del circo. Eso explicaría mi poco parecido con mi padre.

El lago sólo me encantaba cuando estaba congelado. Nadie a la vista, tenía todo el paisaje para mí, ningún sonido de animal se oía a excepción de perros tratando de atrapar ardillas, pero lamentablemente, nací el día en que le dábamos la bienvenida al verano.

𝐓𝐇𝐄 𝐒𝐖𝐎𝐑𝐃 𝐎𝐅 𝐒𝐔𝐌𝐌𝐄𝐑 ──── magnus chaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora