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Sukuna salió de la casa del humano y comenzó a caminar por las calles iluminadas por las farolas.

Miraba el entorno con curiosidad. Hacía años que no era invocado, debía ponerse al día de todo lo que se había perdido.

Era cierto que en el infierno no estaba tan ajeno a lo que ocurría en el mundo terrenal. Sabía de todas las guerras y avances tecnológicos que habían tenido los humanos a lo largo de los años, y entendía todo a la perfección, pero no había podido ver nada de cerca.

Siguió el olor de la lujuria y la putrefacción y llegó al barrio rojo de la ciudad, sonriendo al encontrarlo.

Hizo desaparecer sus marcas negras y segundos ojos, estos últimos quedando como cicatrices a un lado de sus ojos principales.

Metió las manos en los bolsillos de sus jeans y comenzó a caminar dentro del barrio, haciendo aparecer con sus poderes una billetera hasta arriba del dinero de esa ciudad junto a un carnet de identificación falso con su nombre y una fecha aleatoria de nacimiento, haciendo lo mismo al también crear un carnet de conducir.

Mientras caminaba por el barrio también se inscribió en el registro civil para que su nombre estuviera registrado como un humano más, aunque no puso ningún domicilio ya que aún no había conseguido una casa para él y su humano.

Miró a todas las personas, el olor a tabaco, marihuana y más drogas en el aire, aunque ninguno de esos olores le molestaba.

Mujeres semi desnudas se acercaban a él ofreciéndole sus servicios junto a una promesa de diversión, pero las ignoró a todas y siguió buscando lo que quería.

No fue sino hasta que llegó a una calle un poco más tranquila que encontró lo que buscaba.

--Oe --llamó al grupo de hombres, todos girándose a verlo de mala gana, aunque tragaron en seco al ver su mayor altura y mayor fuerza. --Quiero un teléfono.

Los hombres se miraron entre ellos antes de que le indicaran que los siguiera.

Sukuna no dudó en seguirlos hasta llegar a un aparcamiento con algunos coches.

Abrieron el maletero de uno y vieron un montón de móviles de diferentes marcas y modelos.

--Todos están nuevos y son oficiales --habló uno de los hombres.

Sin responder solo se acercó al maletero y miró todos los modelos, notando que todos eran de ese año, lo que le agradó mucho.

Extendió la mano y tomó uno de los teléfonos que más le gustó y que recordaba era bueno. Un Huawei de último modelo, con gran memoria RAM, buena cámara y resistente a golpes.

Revisó que fuera el correcto antes de asentir para sí mismo.

--Me llevo este --agitó la caja y la mostró a todos.

--Ese son cincuenta mil yenes --sonrió con sorna.

Sin miedo sacó su billetera y tomó los billetes necesarios. Podía ser un demonio, pero hasta él sabía que entre gente de barrios bajos hay cierto honor.

El vendedor tomó el dinero y lo contó, sonriendo al ver que estaba todo.

Sin decir más el pelinegro se alejó con su nueva adquisición, saliendo del barrio rojo y esta vez adentrándose en otras calles, mirando los diferentes edificios, aunque lo que miraba eran los balcones, buscando carteles de "se vende".

Siguió avanzando hasta llegar a un barrio que le llamó la atención.

No era un barrio de mala muerte ni un barrio de ricos, sino que parecía bastante tranquilo y humilde.

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