Trauma

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El calor era insoportable. Las enormes máquinas que fundían el vidrio irradiaban un calor abrazador que no era posible de soportar. Todos trabajaban arduamente y se oían gritos de los trabajadores al igual que el de las enormes máquinas. Ya hacía tiempo que Arlet había llegado aquí, necesitaba dinero desesperadamente y buscó por un largo periodo hasta dar con el anuncio de la fábrica. Necesitaban trabajadores y ella no tenía nada mejor que hacer, además de necesitar el pago urgentemente. Arlet se presentó frente al señor Bennet, un hombre viejo y con unos kilos de más que empezaba a perder cabello. Era un hombre desagradable con las personas y la constante grasa que comía sumado al calor del local empañaban sus pequeños anteojos y aumentaban su horrible hedor. Arlet llevaba muchos años aquí donde su paga le alcanza para vivir el día a día de la manera más miserable posible.

Arlet estaba supervisando que los enormes hornos que fundían el vidrio estén yendo a la perfección. La joven se quedó mirando la máquina mientras imaginaba todo ese proceso de fundición del material. Se quedó con la mente en blanco observando el enorme horno cuando de pronto comenzó a tener recuerdos de manera masiva. El ruido de las máquinas comenzó a recordarle la batalla de París, todo el fuego y destrucción que hubo a su paso por su sed de venganza. La pelea contra Derek, los golpes que se daban el uno al otro, la espantosa risa de Kai y la desgarradora e inevitable muerte de Yannick. Los gritos de las personas eran claros en su memoria al igual que los gritos de sus amigos cuando trataban de detenerla de la tortura que la aplicaba a Derek. Su nombre comenzó a retumbar en su cabeza con más fuerza y cada vez era peor.

—¡O'Claire, maldita sea! ¡Arlet! —gritó el señor Bennet al ver a la joven distraída.

Rápidamente Arlet reaccionó asustada y giró la cabeza para ver a su jefe. El hombre se veía furioso, empezó a gritar e insultar a la joven, pero ella no podía oírlo, seguía recordando. El hombre se fue furioso y Arlet quedó de pie con la mirada perdida.

—Oye, estúpida—dijo Wilbert, compañero de trabajo de Arlet. —Dijo que lo sigas.

—¿Qué? —preguntó Arlet confundida y nuevamente retomando a la realidad.

—Que vayas tras él.

—De acuerdo.

Arlet comenzó a caminar y en ese momento Wilbert le interrumpió el paso lo que molestó a Arlet al punto de desviar la mirada a un lado para evitar verlo. Wilbert era un joven de la edad de Arlet, con cabello negro y piel morena clara, casi trigueño, era alto y parecía que le gustaba y deseaba con ansias a Arlet. La molestaba constantemente frente a los demás con chistes obscenos, desagradables y machistas. Esperaba que Arlet reaccionara a sus provocaciones, pero su indiferencia por parte de la joven aumentaba sus deseos hacía ella.

Wilbert vivía aún con sus padres a pesar de la edad que tenía, su padre era un hombre abusivo que inculcó a su hijo ese comportamiento. Aunque Wilbert parecía llevarse bien con su padre, la verdad es que era un pobre desgraciado que solo tenía traumas de su niñez ante los abusos de su padre. Wilbert le tenía mucho miedo al hombre y prefería estar lejos de casa todo el tiempo. Si no estaba en el trabajo, prefería salir a beber hasta la muerte con sus amigos o con personas que recién conocía. La apariencia apuesta del joven le permitía poder tener cada noche a una mujer diferente en un cuarto de hotel, mujeres que no tenía ningún respeto por sí mismas y encontraban atractivo el trato de Wilbert. El hecho de haber tenido éxito con mujeres de ese estilo, le hacían pensar que podía tener a Arlet en el mismo lugar, pero al notar que la joven se les negaba a sus intentos lo hizo ver como un reto para él.

—¿Cómo estás hoy preciosa? —preguntó Wilbert acercándose a Arlet con deseos morbosos y una voz estúpida que en su cabeza era sexy. —¿Ya pensaste en mi propuesta de la última vez?

The Poker's: El Fin de la SuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora