Ninguno de los dos dijo nada cuando las familiares —y altas— copas de los árboles del bosque nos dieron la bienvenida, una vez el velo de sombras con el que Rhydderch nos había rodeado hubo caído.
Tampoco dijimos nada cuando el príncipe fae hizo que nuestra montura se internara aún más en la espesura, dejando atrás la claridad que se colaba a través de las orillas del Gran Bosque.
Un silencio incómodo se convirtió en nuestro nuevo compañero de viaje mientras continuábamos avanzando. Los brazos de Rhydderch me rodeaban mientras sostenía las riendas; la distancia entre nuestros cuerpos era ínfima, permitiendo que el calor que desprendía se filtrara a través de mis propias prendas. La cercanía entre ambos removió ciertos recuerdos en mi mente... Recuerdos indeseados. Lo sucedido un par de noches atrás me perseguía; el príncipe fae había intentado que habláramos de ello en la terraza privada de nuestros aposentos en Gwelsiad, pero yo preferí no escucharle.
Al dolor que sentía en el pecho se le había sumado la mortificación por el modo que perdí el control. No debería haberlo permitido, tendría que haberme apartado y dar por zanjada la noche, marchándome a mi dormitorio y dejándolo atrás. Pero no, había optado por complicar aún más las cosas entre el príncipe y yo.
Y Altair...
—Estamos cerca del curso del río que atraviesa el bosque —la voz de Rhydderch resonó a mi espalda y su pecho vibró al compás de las palabras—. Su refugio no se encuentra lejos y podemos permitirnos hacer un pequeño alto en el camino, si estás conforme.
Hundí las uñas en el cuero del pomo, agriada por su comportamiento. Rhydderch parecía haber optado, como tantas otras veces, por volver a guardar las distancias, escudándose de nuevo en su actitud fría y educada, dirigiéndose a mí para lo imprescindible e ineludible. Pero ¿qué derecho tenía a sentirse ofendido, para actuar así? Era él quien se había apartado primero antes de que las cosas fueran a más. Era él quien, después de poner algo de distancia entre nosotros, había optado por una charla insustancial, para después despacharme educadamente, mandándome de regreso a mi dormitorio.
Era él quien había elegido a Calais como compañera aquella noche, tras haberse deshecho convenientemente de mí.
Rhydderch no tenía ningún motivo para sentirse insultado, yo sí. Porque me sentía humillada y utilizada; porque había contradicho mis propias palabras con aquel maldito desliz, quizá demostrándole más de lo que hubiera deseado. Porque ese momento entre los dos había significado algo para mí., cuando era evidente que para él no. Aquellas palabras dulces parecían haberle allanado el camino, haciendo que aquel cúmulo que llevaba arrastrando desde que empecé a ser consciente de que Rhydderch no era el enemigo que me había obligado a creer se hiciera difícil de ignorar.
Y lo había intentado.
Los antiguos elementos sabían que había intentado reprimirme, ahogarme en la culpa que siempre me asaltaba al estar en su presencia... o, más frecuentemente, en la de Calais.
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THORNS
FantasyUn mundo fragmentado por una ancestral guerra. Un príncipe perdido. Y una huérfana que busca respuestas sobre su pasado. Mag Mell ha estado marcada durante mucho tiempo por la guerra entre humanos y faes. Verine es un resultado más de la devastación...