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Ayrel nos dejó a solas en el pequeño dormitorio de Rhydderch, sin mediar palabra y asegurándose de cerrar la puerta a su espalda

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Ayrel nos dejó a solas en el pequeño dormitorio de Rhydderch, sin mediar palabra y asegurándose de cerrar la puerta a su espalda. El príncipe fae se acuclilló frente a mí, tomando mis muñecas con suavidad, haciendo que sus pulgares trazaran círculos concéntricos sobre el punto en que sentía mi pulso latir. Aquellos movimientos constantes ayudaron a calmar la ansiedad que estaba empezando a crecer en mi interior al tener que afrontar lo que el sortilegio había roto.

—Respira —me indicó, hablándome con un tono suave.

Aspiré una bocanada de aire y la mantuve unos segundos en mis pulmones antes de expulsarla con lentitud.

—No lo sabía —le aseguré a Rhydderch, tropezándome con mis propias palabras. Había podido leer la sorpresa en sus ojos ambarinos al descubrir el círculo negro que bordeaba mis iris grises; no había sido complicado adivinar el hilo de sus propios pensamientos, la traición al pensar que podría haber estado engañándole a él... a todos, en realidad—. En ningún momento sospeché siquiera... esto.

—Te creo, fierecilla —me respondió el príncipe fae, sosteniéndome la mirada.

Sentí mis ojos humedecerse al escuchar la sinceridad que emanaba aquella sencilla frase. Rhydderch no había mostrado un ápice de duda, al contrario que yo; me tragué un sollozo a duras penas, sintiendo cómo el peso de mi pasado se volvía a cada segundo más difícil de ignorar.

—¿Quieres hablar de ello? —me ofreció el príncipe, usando el mismo tono que había empleado al inicio, cuando me había pedido que respirara.

No supe por dónde empezar. Había recuperado mis recuerdos y el aluvión de rostros de todos aquellos conocidos de la corte de Elphane no dejaban de entremezclarse, provocándome náuseas.

—Mi padre... mi padre nunca lo fue —aquello fue lo que más me había impactado. La persona que había cuidado de mí en el bosque, al que había llamado «papá» y trató de enseñarme los secretos del que consideraba nuestro hogar... En realidad no compartía conmigo más que la orden de la reina de Elphane de esconderme—. Y ahora nunca podré preguntarle... nunca podré saber si... si...

Si me quiso alguna vez. Si todos los recuerdos que guardaba de nosotros habrían sido reales o forzados por la promesa que le había hecho a mi madre. Con Hywel muerto, jamás sabría si me hubiera dicho la verdad alguna vez; si habría tenido órdenes de regresar a Elphane conmigo llegado el momento.

—Estoy seguro de que te quería como si lo fueras —de nuevo me asombró el modo en que Rhydderch parecía ser capaz de escarbar dentro de mi cabeza sin necesidad de usar su poder. Pestañeé para contener las lágrimas—. Te quería, fierecilla. De eso no me cabe duda.

Subí las piernas al camastro y retrocedí por el colchón hasta que mi espalda topó con la pared. ¿Habría pensado mi madre alguna vez en mí? ¿Habría ido a buscarme al bosque...? Se me hacía raro el pensamiento de saber que no estaba sola, al fin y al cabo. Que mis verdaderos padres estaban al otro lado, en Elphane.

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