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«No le hagas daño a Rhy, por favor.»

El nudo de mi pecho se estrechó todavía más al oírla, al saber que era su preocupación lo que había empujado a Calais a hacerme esa petición. No supe qué decir al respecto: el día de la cueva pude ver el recelo en su expresión... no me sorprendía que me hubiera odiado; en realidad, lo entendía a la perfección. Mi sorpresiva llegada a su vida gracias a Rhydderch suponía una amenaza en su futuro; ella seguía creyendo que su compromiso con el príncipe sería lo que la mantendría cerca de Taranis, sin sospechar siquiera que el heredero de Qangoth estaba tan enamorado como la propia Calais. Sin embargo, lo que sí me pilló con la guardia baja fue confirmar que había sido gracias a la insistencia de Rhydderch lo que terminó por convencerla de que me protegiera, dándome su palabra.

—Me gustaría pensar que todo el tiempo que has pasado aquí te haya hecho verme como... como una amiga —su voz titubeó al pronunciar la última frase.

Mi corazón se estremeció al oír la duda que se adivinaba en Calais. Pese a que al principio no le hubiera resultado más que una molestia, en realidad me valoraba, me consideraba como tal; había podido observar que su círculo de amistades se reducía únicamente a lady Llynora y, aun así, había cosas que Calais no había compartido con la joven fae.

—Te veo como una amiga —le confié, reconociéndolo por primera vez tanto para ella como para mí—. Quizá por eso me sentía tan mal... por... por lo que pudiera estar empezando a sentir por Rhydderch.

Las palabras rasparon mi garganta, obligándome a pronunciarlas con esfuerzo. En el refugio de Ayrel, había sido sincera con Rhydderch, pero tener que admitirlo delante de Calais..., aunque ella no lo viera en un sentido romántico. No era sencillo para mí. En especial por el peso de aquella verdad, de lo que suponía de cara a mi futuro. A las decisiones que tendría que tomar cuando llegara el momento.

Una pequeña sonrisa dulce se formó en los labios de Calais y sus ojos verdes relucieron de silenciosa comprensión.

—Sea cual sea tu decisión, siempre estaré aquí —me prometió, inclinándose con esfuerzo hasta que su mano se apoyó sobre la mía y fue como si hubiera leído mis pensamientos.

Bajé la mirada hacia nuestras manos y noté un nudo en el estómago. Una vocecilla similar a la de la Verine del pasado, que había estado callada dentro de mi cabeza, empezó a susurrarme al oído que estaba siendo egoísta con mi comportamiento; que era injusto que estuviera allí, contemplando a mi amiga herida... cuando Altair y mis otros amigos podrían estar en aquel mismo instante siendo torturados por Alastar.

Mi vello se erizó antes de que las alarmas saltaran dentro de mi cabeza. Ahora que el sortilegio estaba roto, podía percibir la magia con mayor facilidad; quizá por eso mi cuerpo actuó de manera inconsciente, incorporándose antes de que las sombras del dormitorio se condensaran hasta que adoptaron la figura de un fae... Un fae que irradiaba una furia incontenible antes de abalanzarse sobre mí, tomándome por sorpresa y aferrándome por el cuello, haciéndonos retroceder a los dos hacia la pared donde chocó mi espalda.

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