❧ 33

1.6K 258 69
                                    

Mis manos temblaron cuando me apresuré a coger aquel inesperado regalo y a esconderlo como bien pude en la caña de mi bota

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mis manos temblaron cuando me apresuré a coger aquel inesperado regalo y a esconderlo como bien pude en la caña de mi bota. No sabía su procedencia, ni quién de aquellos fae lo había dejado junto a mí... pero no estaba dispuesta a perder aquella oportunidad. El peso que me proporcionó, la presión contra mi pantorrilla hizo que una brizna de esperanza floreciera en mi pecho: no estaba desprotegida, ya no.

Ahora sólo quedaba empezar a planear.

Observé cómo el resto del grupo se despertaba ante la llegada del día. Morag fue la primera en repartir las primeras órdenes: Mervyn y Urien fueron los designados para acercarse a nosotros, sus prisioneros, para comprobar que las cuerdas que actuaban a modo de grilletes siguieran en su lugar. Me tensé inconscientemente al ver cómo Urien escogía el extremo de la hilera que conformábamos donde me encontraba; el fae tenía una expresión descontenta, haciendo que mis sospechas sobre la inestable autoridad de la mujer respecto al resto de sus acompañantes se fortalecieran, pero no había despegado los labios para emitir queja alguna. Sabía que la situación estaba pasándole factura a Morag, por mucho que ella hiciera prevalecer sus órdenes y mantenerse en el poder; sus subalternos estaban empezando a impacientarse: no podían hacer uso de su magia debido a nuestra fragilidad, lo que les había empujado a viajar de forma convencional; la extraña fascinación que Morag sentía hacia mí tampoco se les había pasado por alto, algunos de los fae que nos retenían se mostraban reacios a mi persona... como Faurak o Dervan.

Nuestro grupo era como un polvorín a una chispa de ser encendido.

Me tragué un quejido cuando las bruscas manos de Urien tomaron mis muñecas sin mostrar consideración. Sus ojos se clavaron en los míos con una sombra de sospecha, observándome con el mismo recelo que sus dos compañeros; no sabía qué era lo que les empujaba a mirarme así, como tampoco las insinuaciones que Morag había dejado en el aire las contadas ocasiones que se había dirigido a mí.

Recordé las viejas historias que corrían por las tabernas de Merain que hablaban de cómo aquellas insidiosas criaturas podían colarse en tu mente para convertirte en su marioneta o para robarte la memoria; un escalofrío de temor se extendió desde mi nuca hasta la parte baja de mi espalda. Me forcé en evocar cualquier imagen por precaución, cualquier cosa que pudiera resultar de poco interés para Urien si decidía emplear esa sigilosa parte de su poder sobre mi mente.

Apenas pude sentir un ápice de alivio cuando el fae terminó de comprobar mis ataduras y pasó hasta Altair. Ninguno de nuestros carceleros se molestó en acercarse más de lo necesario a lord Ephoras, cuyo delicado estado no encontraba mejoría alguna.

La breve conversación que mantuve con mi amigo en la orilla del riachuelo que discurría a unos metros de distancia se repitió en mis oídos: condenado. Aquel hombre estaba condenado. Morag y el resto no habían movido ni un solo dedo por lord Ephoras tras la emboscada en la que había sido herido de gravedad, habían optado por arrastrarlo como a un animal... alargando su agónico sufrimiento. La lenta tortura de la gangrena mientras continuaba extendiéndose por su cuerpo.

THORNSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora