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Pude ver cómo la frialdad cubrió de nuevo su mirada como una gruesa capa de hielo

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Pude ver cómo la frialdad cubrió de nuevo su mirada como una gruesa capa de hielo. Su actitud también volvió a ser la misma que en el despacho y sentí cómo se alejaba otra vez de mí, protegiéndose entre los inexpugnables muros que la habían rodeado durante nuestro encuentro en su despacho.

Sus palabras, no obstante, me golpearon con fuerza, haciéndome trastabillar.

Me resistía a creer que mi padre pudiera estar muerto; que la pena por mi pérdida hubiera sido la causa de ello.

—No —murmuré, sacudiendo la cabeza—. No, no, no, no. No.

Fragmentos de mi pasado pasaron fugazmente por mi cabeza, entremezclándose hasta formar un caleidoscopio de recuerdos de mi infancia, de los pocos que podía conservar. Vi el rostro sonriente del rey, el modo en que sus ojos grises —de un tono más oscuro que los de mi madre o los míos— siempre buscaban los de su esposa o resplandecían cuando se sentía orgulloso de ella; mi padre había sido el más fiel defensor y apoyo de la reina de Elphane, manteniéndose al margen como consorte y brindándole sus consejos cuando los necesitaba. Vi a mis padres en aquel mismo dormitorio, cada uno ocupando un lado de la cama, conmigo en medio, compartiendo las anécdotas del día o cuentos infantiles.

Y ahora no volvería a verlo de nuevo.

Mi padre jamás sabría que estaba viva, que había regresado a Elphane, liberada del sortilegio de mi madre.

Los ojos se me llenaron de lágrimas ante aquel pensamiento, ante el desgarrador dolor que me atravesó el pecho.

La expresión vacía de la reina ocupó todo mi campo de visión, atrapándome bajo su mirada. Un sonido roto brotó de mi garganta mientras Nicnevin extendía sus brazos en mi dirección, tratando de consolarme.

—Esos humanos nos han arrebatado demasiado —escuché que susurraba contra mi cabello, acariciándolo con ternura—. Quizá haya llegado el momento de devolvérselo todo.

El eco de las últimas palabras de la reina no quiso abandonar mi mente. Después de aquella demoledora verdad, Nicnevin optó por darme mi espacio, dejándome a solas en mi dormitorio, con la promesa de que volveríamos a vernos a la hora de la cena; sin saber qué hacer hasta que llegara ese momento, había dejado que mis pasos me condujeran hacia la cama, en la que me había dejado caer con un golpe sordo...

Y de la que no me había movido en todo el tiempo que había transcurrido.

Di un sobresalto cuando escuché que alguien llamaba a la puerta, un sonido casi tímido. No logré encontrar mi voz antes de que la persona que esperaba en el pasillo decidiera accionar el picaporte, arrancándole un leve crujido.

El inesperado invitado resultó ser una joven fae que parecía tener mi misma edad. Sus ojos castaños —que en aquel instante me recordaron más que nunca a los de un cervatillo— me contemplaron con susto; se pasó una mano con nerviosismo por el cabello, de un tono negro más oscuro que el mío, antes de que sus labios se entreabrieran. Me fijé en el vestido que llevaba, delatando su origen noble.

THORNSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora