𝟎𝟎𝟒. dreams.

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La paz era una palabra demasiado grande para lo que vivían en la Fortaleza Roja

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La paz era una palabra demasiado grande para lo que vivían en la Fortaleza Roja.

lo que quedó no fue silencio, sino una calma artificial, como el aliento contenido antes de una tormenta nueva. Aun así, Helaena aprendía a habitar sus días con cierta serenidad. Se levantaba al alba, cuando la bruma todavía cubría los jardines y las torres estaban frías como tumbas. Se recogía el cabello con cuidado, con manos temblorosas, y vestía sin ayuda, sin doncella, como había aprendido a hacer desde siempre.

Sus hijos dormían aún. Jaehaerys, con sus rizos dorados sobre la almohada, respiraba pausado. Jaehaera, más inquieta, hablaba dormida, como si heredara de su madre los ecos de otros mundos.

Helaena se inclinó y los besó a ambos en la frente, como cada mañana. Nadie debía ver esa ternura. Era suya. Su único rincón intocado por la ambición de los hombres.

Esa mañana salió a caminar por el jardín de las fuentes. Las rosas volvían a florecer, tímidas, tras haber sido arrancadas por las botas de los caballeros de la guardia real. Se sentó en un banco de piedra, cerró los ojos y por un instante, solo un instante, dejó que el sol le tocara el rostro.

El jardín estaba más callado de lo normal. Solo se oían los zumbidos de las abejas entre los lirios, y el lejano chapoteo de las fuentes. El sol caía recto, sin viento que lo aplacara, dándole a la piel una calidez adormecida.

Helaena estaba sentada sola, con las manos entrelazadas sobre su regazo, la espalda recta. Podría parecer en paz, pero su mirada no lo estaba.

Miraba hacia el estanque con los peces rojos, pero en realidad no veía nada.
Pensaba.

El jardín estaba tranquilo, pero no en paz.
La brisa era suave, y el sol, todavía bajo, tocaba con delicadeza las piedras calientes del sendero y las flores que volvían a crecer después del paso del invierno. Era temprano, y la Fortaleza Roja apenas comenzaba a despertarse.

Helaena estaba sentada sola en un banco de mármol, las manos cruzadas sobre el regazo. No bordaba. No leía. No se movía.
Solo pensaba.

Observaba cómo una abeja se posaba en una flor, se detenía un segundo, y luego se iba. Le parecía extraño que la vida siguiera, como si no hubiera cadáveres aún bajo los muros del castillo. Como si los pasillos no guardaran ecos de gritos y llamas.

Podía escuchar a su hijo maelor jugar a lo lejos, vigilado por una doncella. Las risas de le devolvían, por momentos, algo parecido a la calma. Pero no era paz. Era una tregua.

Sabía que no duraría.

Su cuerpo no estaba en tensión, pero su mente sí. Desde hacía días, las visiones habían regresado. No como antes, en fragmentos o símbolos. Esta vez eran más directas. Más concretas. Nombres. Espadas. Voces. Llamas. Las piezas

──𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄 ✶「 ʜᴇʟᴀᴇɢᴏɴ 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora