𝙿𝚛ó𝚕𝚘𝚐𝚘

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—¡Feliz año nuevo!

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—¡Feliz año nuevo!

Todos gritaron al unísono y chocaron sus copas con sidra navideña.

Las personas a mí alrededor comenzaron a sumirse en un abrazo efusivo que demostraba el amor que se tenían. Algunas eran un mar de lágrimas, otras estaban achispadas y saltando de felicidad.

Luke, mi novio, me abrazó por detrás y dejó un regadero de besos sobre mi cuello. Sonreí. Pero no era honesta. No me sentía bien.

—Feliz año nuevo, princesa.— Susurró por sobre mi oído y luego plantó un beso.

Me despojé de su agarre después de decirle lo mucho que lo amaba y salí afuera a tomar aire fresco. Me agobiaba ver cómo todos mis familiares se saludaban y se juntaban dos veces al año para hacerse la familia perfecta, después sólo se alejaban, nadie visitaba a nadie y se hablaban mal a sus espaldas.

Cogí un cigarro, observé que nadie viniese, y después de encenderlo dí la primera calada.

Otro año terminaba, un año lleno de lágrimas, de soledad, mala salud, golpes y horas y horas recostada, temblando en una cama.

Otro año en el que dejaba las mismas cosas atrás sin darle una solución, y es que cuando amas sos capaz de aguantar de todo para que no se vaya. El peso del amor es horrible y más lo es aquel sonido de cuando tú corazón se parte un trozo más.

Expulsé el humo de mis pulmones y antes de pensarlo me encontraba encima del barandal, observando el suelo desde un quinto piso. Realmente estaba muy alto y las lágrimas obstruían mi campo de visión.

Quería dejar de sentirme vacía, lo había perdido todo incluyéndome a mí misma y dolía como la nada misma.

Adentro todos estaban hipócritamente hablando y nadie se daba cuenta de que faltaba alguien. De que faltaba yo.

Decidida me solté de una mano pero cuando iba a soltar la otra, la voz de alguien me detuvo. Mis mejillas están empapadas y mi nariz soltando mocos.

Pero entre todo ese caos mental su voz parecía ser un rayito de luz en la tormenta.

Su voz era suave y cálida, como un abrazo, ese que tanto me faltaba.

—Por favor no lo hagas. Sea lo que sea que estés pasando ésta no es la salida.

La música retumbaba en los parlantes. Mi corazón dolía. Observé a la mujer debajo mío, era la vecina del cuarto piso.

—No puedo aguantar más, estoy perdida. — Grité entre sollozos. Ella me miró.

Déjame perderme contigo entonces.

Y ahí, mi corazón por primera vez en muchos años latió de verdad.


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El Peso del Amor [1] © (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora