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Relacionarse con alguien solo con señas era algo difícil.

Esperar a que los demás entiendan tus acciones y tus mensajes como si fueran palabras era un trabajo difícil porque la verdad no todos eran igual de receptivos ni tenían la paciencia como para entender un movimiento de manos. Eso solía suceder con los cachorros, sus padres debían entender sus acciones y atenderlos para satisfacer sus necesidades, pero era común solo en ese periodo de la vida.

Esa situación no solía perpetuarse hasta la vida adulta. Sin embargo, así sucedió con Jimin.

Un omega sordo mudo parcial aislado en la propia manada de su padre.

¿La razón de su sordera? No había. El curandero de la manada jamás encontró la razón, atribuyéndosela únicamente a problemas de nacimiento. Después de todo su gestación fue tan complicada que su madre falleció en el proceso. Debía considerarse bendecido por el solo hecho de existir, eso le dijo su padre, así que vivió con la frente en alto en la manada y se preocupó de cumplir con todas sus obligaciones.

Eso hasta que luego de un trágico incendio tuvieron que migrar.

Su manada no era grande como otras que alguna vez conocieron. Solo eran un par de omegas y alfas que, contabilizándolos, no sumaban más de veinticinco. Se protegían entre sí y cazaban solo para ellos y, en ciertas ocasiones, solían comercializar con otras manadas para buscar intercambios ya sea por pieles o por alimento. Siempre habían funcionado bien y por ello, cuando no tuvieron más opción que movilizarse, fue que pudieron sobrevivir todos y cada uno al viaje.

El viaje duró poco más de un mes. Nadie supo a donde se dirigían, no sabían si irían a las cuevas, a las montañas o los asentamientos que estaban cerca del río ni tampoco se atrevieron a preguntarle al alfa líder al respecto. Ninguno dudaba de su liderazgo y cuestionar su mando era una prueba de ello. Lo siguieron sin importar nada y es por ello que al finalizar el último largo recorrido pudieron vislumbrar un extenso y voluptuoso bosque.

Jimin tenía dieciséis años cuando se unieron a la manada de la cual su padre hace tantos años perteneció.

—Jimin no te separes de mi- susurró solo para su cachorro, colocándolo detrás de su espalda. Jimin asintió sin protestar y se afirmó de la gran piel de alce que colgaba de los hombros de su padre.

Una vez que llegaron a una tierra plana rodeada de arboles supo el por qué de su orden.

Habían numerosas cabañas de mediano tamaño y otras bastante mas grandes, fogatas y ciertos lugares que parecían ser los talleres de artesanías y cocina. Era una aldea grande y próspera que, desde que ellos cruzaron por el follaje, pareció congelarse por completo. Un grupo de alfas jovenes tomaron lanzas y arcos en modo de defensa mientras que otros pocos trasmutaron, formando un perímetro alrededor de las viviendas.

No estaban atacando, solo estaban defendiendo el terreno ante el grupo de lobos desconocidos. Al menos así lo vio la manada de Park Sungho y por esa misma razón ninguno se alteró. A pesar de la poca tensión que había Jimin jamás se había visto tan observado y vulnerable en toda su vida.

No fue hasta que Jimin salió un poco de la espalda de su padre que la situación empeoró. Un lobo gruñó y se acercó ofensivamente a él pensando, tontamente, que suponía un peligro. Aquel perro de pelaje gris se encogió por completo cuando en menos de un segundo Park Sungho apareció frente a él en su forma lobuna. Un lobo de pelaje negro tan oscuros como la noche y unos brillantes ojos dorados que de seguro se iluminaban en la noche alertó a toda la manada.

A ambas.

Jimin tragó saliva y cerró sus ojos cuando escuchó a su padre gruñir. Asustado corrió y se escondió en el pelaje de él, agachándose un poco para poder esconder su figura en la del imponente lobo. No era necesario tener los ojos abiertos para ver que en cualquier momento aquellos lobos de estatura promedio se tirarían sobre ellos.

Entre bosques y silencios | JJK & PJM |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora