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Hanni fue diagnosticada con depresión a los trece años.

Digamos que luego de todos los comentarios que le llegaron en su infancia, sumando las humillaciones y lo poco comunicativa que se había vuelto gracias a esa presión, Hanni no logró salir del pozo sin fondo que sus compañeros se encargaron de hacer y también su abuela.

Ya para ese entonces Hanni no podía salir de la cama sin llorar en el intento o comer sin sentir que por cada mordida que daba engordaba un poco más, cuando era mentira.

Bindi, Jasmine e Isaac se dieron cuenta de que Hanni estaba mal con su notable pérdida de peso y su dificultad para salir de casa.

Para las vacaciones de verano lo notaron, y es que podían estar haciendo treinta y dos grados, pero Hanni seguía tapada hasta arriba, respirando apenas e intentando no llorar por todos los pensamientos agresivos que atravesaban su mente.

Hanni no quería salir de casa. No quería que nadie la viera, ni conocer a nadie. Y es que ese sentimiento tan angustiante era horroroso.

Bindi se dio cuenta de eso cuando entró a la habitación de Hanni realmente preocupada por su comportamiento.

La luz tan alegre que Hanni mostraba se había apagado hacía años.

Al entrar en la habitación, un silencio sepulcral la recibió. Las cortinas estaban cerradas, pero se notaba que las ventanas no porque un poco de brisa corría que movía la tela.

Hanni tenía todo apagado y estaba tapada hasta arriba.

El desayuno de ese día seguía intacto sobre su mesa de noche y ya hasta se veía deteriorada por el calor que hacía en Australia.

Bindi tomó asiento en la orilla de la cama, casi tocando los pies de Hanni que estaban bajo las sábanas.

—¿No tienes calor? —preguntó cuidadosa. —Hay un día precioso, Hanni. ¿Por qué no vamos al parque con Jasmine y tu papá? Vamos a darle comidita a los pájaros.

Hanni se encogió más en sí misma y el sonido de las cobijas le dio a entender que no.

Eso ya empezaba a ser alarmante para Bindi.

—Hanni —la llamó, acariciando su pierna. —Hanni, necesito que te levantes.

Ella se negó.

—Pami, por favor. En serio necesito que te levantes. Quiero que conversemos —dijo. —Hanni.

Sin estar muy de acuerdo con la petición, Hanni se levantó.

Era lo último que le quedaba por hacer y su madre parecía ser la única salvación que tenía en ese momento, en donde su pecho dolía y se sentía ahogado de tristeza.

Se sentía tan mal consigo misma. Era una pena tan enorme que no podía respirar tranquila y todo movimiento parecía intensificar sus ganas de llorar.

Hanni no se soportaba a sí misma. No podía odiar más su cuerpo y todo de ella.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Al verla sentada, cabizbaja con su cabello tapando su rostro, Bindi se preocupó.

Hanni no era así.

—¿Te sientes mal?

El sollozo de Hanni no pudo ocultarse más.

—¿Muy mal?

Y con su asentimiento, confirmó que nada estaba bien.

—Hanni —tomó su rostro.

Pero claro, Hanni no quería ser vista y su cuerpo perdía tanta fuerza a la hora de moverse que solo pudo caer en brazos de su madre. De su pecho salía un llanto desgarrador.

naturalmente desastroso | bbangsaz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora