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Desde pequeña, he tenido el don de ver cosas, seres que yo no debería ver, que los demás no ven. Mi mundo está entrelazado con dimensiones que escapan a la percepción común. Los ángeles y demonios se manifiestan ante mis ojos, revelándome una realidad oculta para la mayoría.

Los ángeles, con su luminosidad divina, me brindan consuelo y guía en los momentos de desesperación.

No obstante, también me enfrento a la oscuridad de los demonios. Sus formas retorcidas y malévolas buscan sembrar el caos en mi realidad. A veces, la lucha entre estas fuerzas opuestas se libra justo frente a mis ojos, y me encuentro en medio de una batalla entre el bien y el mal.

A menudo me siento abrumada por la intensidad de estas experiencias. A través de mis ojos, el velo entre lo divino y lo demoníaco se desdibuja, revelando una realidad más compleja y misteriosa de lo que la mayoría puede comprender

La primera vez que se lo conté a alguien fue a los seis años, y esa persona fue mi madre. Pensaba que ella me comprendería y me daría su apoyo. Sin embargo, esto no podía estar mas alejado de la realidad.

En lugar de empatía, lo que recibí fue incredulidad y rechazo. Me llamó loca, como si mis visiones fueran simplemente fruto de mi imaginación.

La escuela no fue diferente. Me enfrenté al mismo rechazo por parte de mis compañeros. Fui apodada como "la loca" o "la rarita", y cada día se convertía en una batalla para encajar en un mundo que no me comprendía.

Me acabe dando cuenta que lo mejor era guardar silencio, ocultar mi don. La soledad se convirtió en mi fiel compañera. Aunque el peso del secreto se volvía cada vez más abrumador, era preferible a la constante marginación que enfrentaba al revelar la verdad.

Todo iba bien hasta que un día entre el lavabo de la escuela y en la pared vi un demonio y, presa del miedo, no pude contener un grito. Las luces empezaron a parpadear y los espejos a romperse, empecé a gritar desesperada corriendo hacia la puerta, esta no se abría asustándome mas. Después de forcejear logre que se abriera encontrándome al otro lado miradas de incredulidad y murmullos.

El rumor de mi encuentro con lo sobrenatural se propagó rápidamente, y pronto me encontré etiquetada como "la chica loca" no solo entre mis compañeros, sino también entre los profesores. Mis padres, preocupados, decidieron llevarme a un psiquiatrico, convencidos de que necesitaba ayuda profesional.

Esto solo lo empeoró, dándome medicación que no necesitaba y constantes terapias inútiles. 

Con el tiempo, logré convencerlos de que la terapia había tenido efecto. Mis relatos sobre visiones de demonios y ángeles quedaron sepultados bajo un manto de normalidad que presenté meticulosamente. 

Sin embargo, a pesar de la fachada, la conexión con el mundo espiritual persistía, y mi habilidad para percibir lo inexplicable no se desvanecía. 

Así pasaron varios años y, en la actualidad, me encuentro trabajando en una cafetería para poder costear mi vida.

En la cafetería, encuentro consuelo en la normalidad aparente de la vida cotidiana. Sirvo café, sonrío a los clientes y me sumerjo en la rutina para escapar, al menos temporalmente, de las dimensiones que solo yo puedo ver.

En medio de mi rutina diaria en la cafetería, comienzo a percibir presencias inusuales y sombras que se agitan en las esquinas del local. Las visiones se intensifican, y me doy cuenta de que algo oscuro y amenazante se aproxima. La atmósfera en la cafetería se torna más densa, y mis intentos de ignorar las visiones se vuelven cada vez más difíciles.

Constantine Entre dimensionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora