II

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Con cada día que pasaba, las presencias se volvían más intensas, como si los velos entre los mundos estuvieran desgarrándose. Las sombras y figuras etéreas perturbaban mi paz y mi capacidad para mantener una fachada normal se volvían cada vez más frágil.

Mis compañeros de trabajo comenzaron a notar mi incomodidad y la extrañeza en mi comportamiento. Las miradas curiosas y los susurros empezaron a propagarse a mi alrededor, creando una tensión palpable en el ambiente.

En una noche oscura de regreso a casa después de mi turno en la cafetería, mientras caminaba por las solitarias calles, me encontré cara a cara con lo que más temía: demonios, sombras oscuras que parecían haber emergido de las dimensiones más profundas.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y mi corazón latía con fuerza mientras los demonios me miraban con ojos malévolos, como si supieran que mi habilidad para ver más allá de lo visible los había descubierto.

Intenté desesperadamente correr. Con cada paso, sentía cómo mi energía se agotaba rápidamente, como si los propios demonios estuvieran drenando mi fuerza vital.

En un rincón oscuro de un callejón, me vi acorralada por las sombras. Los demonios, con sus contornos oscuros y ojos centelleantes, se aproximaron lentamente. Sabía que no podía escapar de ellos, así que me preparé para enfrentar la confrontación con lo poco que me quedaba de fuerza.

El combate se desató en un torbellino de movimientos frenéticos y energías invisibles. Las sombras de los demonios se retorcían y contorsionaban, mientras yo luchaba por protegerme. 

Sin embargo, cada intento de resistencia consumía más de mi ya debilitada energía. Los demonios parecían alimentarse de cada destello de luz que intentaba proyectar. La batalla se volvía cada vez más desigual, y finalmente, exhausta y sin fuerzas, me desplomé en el suelo del callejón.

Al abrir los ojos, me encontré en un sofá, rodeada por la penumbra de una habitación desconocida. La casa era ajena y distinta, y me costó unos momentos orientarme. El eco del combate sobrenatural aún resonaba en mi memoria, y la confusión se mezclaba con la sensación de desamparo.

Observé a mi alrededor, tratando de comprender cómo había llegado a aquel lugar. La casa estaba envuelta en un silencio inquietante. 

Me incorporé con precaución y exploré la casa en busca de respuestas, la incertidumbre se profundizaba. ¿Quién me había llevado hasta aquí y por qué?

La casa revelaba una sencillez encantadora a medida que exploraba sus rincones. La luz suave de la luna se filtraba por las cortinas, destacando los detalles que adornaban el lugar. La decoración era acogedora, con muebles de madera y pequeños toques que le daban un encanto peculiar.

Las paredes estaban adornadas con cuadros que contaban historias desconocidas, y las estanterías albergaban libros cuyos títulos sugerían mundos por descubrir. El ambiente tranquilo y sereno contrastaba con la intensidad del enfrentamiento anterior, creando una sensación de refugio.

Una voz masculina resonó detrás de mí, rompiendo el silencio de la casa. Al darme la vuelta, me encontré con un hombre de presencia intrigante. Su mirada sugería complicidad.

-¿Cómo despierta la princesa?- dijo con una sonrisa burlesca. 

El tono de su voz llevaba consigo un aire de misterio, y su presencia añadía capas adicionales a la intriga que rodeaba la situación.

Mis sentidos se agudizaron, consciente de que este encuentro podía contener respuestas a las preguntas que me atormentaban. Guardé silencio por un momento, evaluando al hombre que estaba frente a mí. 

Era una figura imponente y atractiva. Con una estatura considerable, destacaba en la habitación, irradiando una presencia que no podía pasar desapercibida. Su seriedad añadía un aire de misterio a su atractivo, y sus ojos profundos revelaban una intensidad que sugería conocimiento más allá de lo evidente.

Su complexión musculosa confería a su figura una robustez que no se limitaba únicamente a la apariencia. El pelo negro era tan oscuro como la noche. Vestia un elegante traje negro.

Aunque su semblante era serio, sus ojos revelaban un destello de complicidad, como si compartiera un secreto que solo él conocía.

-¿Quién eres?-pregunté, sintiendo una mezcla de intriga y cautela en mi voz.

-Me llamo Constantine, John Constantine- Él respondió con un tono sereno pero penetrante- y tu?

-Anna- Asintió ante mi respuesta

Constantine sacó un paquete de cigarros de su bolsillo con un gesto práctico y comenzó a fumar, dejando que el humo se dispersara en el aire tranquilo de la casa. 

Sus ojos se mantenían fijos en los míos mientras inhalaba y exhalaba el humo con tranquilidad, como si el acto de fumar fuera parte integral de su presencia. El cigarrillo ardía con una luz tenue, añadiendo un destello fugaz a la penumbra de la habitación.

-Eso no es muy propio de alguien que se va a morir de un cáncer terminal-dije con una expresión seria. Constantine me miró estupefacto, sus ojos revelando sorpresa y desconcierto.

-¿Cómo diablos sabes eso?- preguntó, su voz llevando consigo un matiz de incredulidad. 

-Algunas cosas no necesitan ser vistas para ser conocidas- respondí enigmáticamente

La verdad es que siempre había podido saber este tipo de cosas, no lo ves ni lo sientes, solo lo sabes

-Que hago aqui?- pregunté con una mezcla de desconcierto y curiosidad.

Constantine tomó una calada de su cigarro antes de responder

-Te encontré en un callejón, tirada en el suelo. Me diste pena, así que decidí ayudar- dijo Constantine con un tono más directo, revelando una motivación simple y humana detrás de su acción.

-Gracias-dije sintiendo algo que me decía que el hombre frente a mi era de fiar.

Constantine Entre dimensionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora