Prologo

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Era una mañana cálida y radiante, el tipo de día que invita a una caminata relajada o a un desayuno tranquilo al aire libre. Sin embargo, para la familia Dazai-Nakahara, la paz del amanecer era solo una ilusión. En la mesa de la cocina, la última rebanada de pan se había convertido en el campo de batalla para dos adolescentes testarudos.

Masaki, con su alta estatura y cabellera pelirroja que brillaba bajo la luz matutina, era el vivo reflejo de su madre en sus años más jóvenes. Con sus ojos azules llenos de determinación, sostenía con fuerza un extremo del pan, enfrentando a su oponente con una mezcla de enojo y diversión. Akiko, con su cabello castaño y una figura menuda pero enérgica, no se quedaba atrás. Sus ojos azules, idénticos a los de su hermano, lo desafiaban con una intensidad que solo una hermana menor podía conjurar.

—Masaki, suelta —advirtió Akiko, apretando los dientes y tensando los músculos de su brazo en un intento por arrebatarle el pan.

—Suelta tú, mocosa insolente —respondió Masaki, con un tono que denotaba más exasperación que verdadera ira.

Ambos se miraban fijamente, sus manos aferradas a los extremos del pan como si se tratara del trofeo más preciado del mundo. En la esquina de la mesa, su padre, Dazai Osamu, observaba la escena con una sonrisa divertida, mientras que los dos mellizos, Saori y Fumiya, balbuceaban desde sus sillas altas, ajenos al drama que se desarrollaba ante ellos.

Justo cuando la situación parecía que se iba a tornar física, la puerta de la cocina se abrió de golpe y entró Chuuya Nakahara, con el ceño fruncido y el periódico en mano, luciendo como si estuviera listo para impartir justicia.

—Si se golpean, les juro que los castigaré —advirtió Chuuya, su tono severo suficiente para hacer que ambos adolescentes soltaran el pan de inmediato.

El pan cayó sobre la mesa, rebotando ligeramente antes de quedar inerte, mientras Masaki y Akiko intercambiaban miradas asesinas, aunque ya no con la misma intensidad.

—Chuuyaa~ interrumpiste en la mejor parte —se quejó Dazai, sus ojos brillando con un toque de picardía.

—Cállate —replicó Chuuya, fulminando a su esposo con la mirada—. Si no llego, ibas a dejar que se peleen como perros y gatos.

Dazai se encogió de hombros, riendo entre dientes antes de inclinarse y plantar un beso en la mejilla de su esposo. Luego, con la destreza de un experto, levantó a Saori de su silla, sosteniéndola con ternura mientras ella lo miraba con adoración.

—No exageres. Ya tenía mi apuesta con Fumiya-kun, ¿no? —bromeó Dazai, saliendo de la cocina mientras le hacía caras al bebé en sus brazos.

Chuuya suspiró, cansado, antes de usar el periódico como arma, dando un ligero golpe en la cabeza a sus dos hijos mayores.

—¡Mamá! —se quejó Masaki, frotándose la cabeza—. ¿Eso por qué?

—Porque se supone que son hermanos —dijo Chuuya, cruzando los brazos—. Dejen de mirarse así. ¿Entendieron?

—Sí, mamá —respondieron ambos al unísono, como un par de soldados frente a su comandante.

Chuuya asintió, satisfecho, antes de recordar que tenía un día ocupado por delante.

—Bien, tengo que ir a trabajar. Llevaré a Saori a la guardería con Fumiya. Su padre y yo nos iremos por unas horas. ¿Creen que pueden quedarse sin explotar la casa? —preguntó, aunque su tono dejaba claro que no esperaba una respuesta seria.

Masaki se levantó y, aprovechando su altura, envolvió a su madre en un abrazo cálido, casi aplastante.

—Mamá, confía más en nosotros. Ya estamos un poquito grandes —dijo, dándole un beso en la mejilla para tranquilizarlo.

Viaje en el tiempo -BsdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora