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El SONREÍR ES LA FORMA QUE ENCUENTRA EL ALMA PARA DRENAR LA TRISTEZA

Revolotear en la cama se había convertido en mi hobbie nocturno favorito, y no me malinterpreten, no pasaba despierto las 24 horas del día, solamente no podía mantener el sueño de forma consecutiva, es decir: Cuando me acostaba no lograba pegar los ojos hasta altas horas de la madrugada, y cuando por fin lograba hacerlo, me despertaba minutos después y me costaba horas volver a conciliar el sueño. Era algo así como pequeños minutos de sueño intermitente que bombardeaban mi cabeza.

Así la pasaba siempre, todas las noches de mi vida desde aquel día. Suspiré cuando me volví a despertar en medio de la madrugada, pues ya sabía lo que me esperaba. Giré el cuerpo un poco para quedar con la vista fija en el techo de la habitación y coloqué mis manos sobre mi pecho. Inhalé profundamente por algunos segundos intentando tontamente volver a retomar el sueño, pero fue imposible. Ya sabía que no podría, pero deseaba hacer cualquier cosa que no fuera quedarme a solas con mis pensamientos.

Debido a esto, busqué cualquier cosa dentro de mi cabeza que me entretuviera, el trabajo que tenía planificado hacer al otro día sonaba tentador. Aunque el cine en donde trabajaba no pertenecía a LAINUS, tenía pase libre para administrarlo de la forma que considerara mejor. El dueño, Josep, había sido amigo de papá por muchos años y él más que nadie estuvo feliz de que tomara el liderazgo de una de sus franquicias.

Aun así, ese tema se volvió obsoleto en el segundo en que Bianca llegó a mi cabeza, parada allí, en la entrada del cine con aquella mirada frágil y serena, parecía una flor radiante. Sin duda, alejarse estos seis meses de mí le había ayudado mucho, ahora se veía más segura de sí misma, tanto que no dejaría que alguien se volviera a meter de nuevo en su cabeza.

Me hacía sentir como una basura el pensar en todo lo que tuvo que pasar por mi culpa, y me recriminaba a cada segundo que aun después de todo, quisiera volver a su vida, pero era algo que no podía controlar. Deseaba tenerla cerca, y esta era la oportunidad más clara que había tenido en meses, me negaba a desperdiciarla.

Pasé las manos por mi rostro, frustrado. Perseguirla solo implicaba dos cosas:

1: Traerla de nuevo al pasado.

2: Traerla a mí y hacer las cosas bien.

Lo malo era que no sabía cuál opción sería la escogida hasta no acercarme a ella, y temía que fuese la primera.

Un frío helado ingresó por la ventana envolviendo todo mi cuerpo hasta hacerlo temblar, no solía cerrarla nunca para permitir que un poco de luz perteneciente a la farola de la calle ingresara, pues los focos de la habitación permanecían apagados o su incesante brillo me daría directo en los ojos hasta dejarme ciego. Era irónico que necesitase un poco de claridad para no sentir que me perdería en la tiniebla.

Necesitaba algo que me recordara que lo que sea que estuviese buscando, seguía ahí.

De igual forma, no sabía exactamente cuándo, pero había tomado un miedo irracional a la oscuridad. De noche me aterraba apagar la luz de la habitación y quedar en completa oscuridad, temiendo a que, lo que fuese que se escondiera en las sombras, saliera. Lo irónico era que estaba seguro de que aquello no era un demonio de forma fúnebre, sino el paso del tiempo, el olvido, el no sentirme suficiente, o quizá, él nunca estar orgulloso de mí, ni hacer sentir orgullosas a las personas de mi alrededor.

Esos eran los demonios que me atormentaban en las noches y me perseguían en el día.

Suspiré para tratar de tranquilizarme pues estaba empezando a perder la tranquilidad que me costaba mucho reunir. Para mi suerte, el sonido del celular me alertó interrumpiendo todos mis pensamientos. Arrugué el entrecejo mientras lo tomaba entre mis manos ya que no sabía quién podría escribirme a esta hora, pero aquel ceño se disolvió cuando vi una notificación de Eila.

Los abrazos que  no nos dimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora