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LA DINASTÍA FOSTER

¿Cómo había llegado a este punto?

Era complejo saberlo.

Aunque los rayos directos del sol pegaran sobre mis brazos cubiertos con esta ridícula ropa, no sentía calor, al contrario, el frío de invierno invadía mi cuerpo por completo congelándolo al instante, llenándome de una sensación extraña que no sabía identificar, lo más irónico era que me gustaba sentirme así.

No porque me agradara la idea de sufrir a voluntad, tampoco es que me considerara un adicto al dolor, era más porque me gustaba sentirme distante de la realidad, lejos de este plano en el que todo me recordaba a.... eso.

Era refrescante la idea de sentir como los dedos de mis manos se entumecían, el frío golpeaba en mi rostro llenándolo de una sensación liberadora y el mundo dejaba de ser, por un instante, una enorme bola de materia colapsada de humanos que la destruyen.

Sonreí amargamente.

Eila: Sí, después de evaluar todo, creo que huir del mundo no resuelve las cosas.

Leía aquel mensaje una y otra vez, y no lograba comprenderla. Su filosofía era quedarse, pelear y desgastarse hasta no poder más, solo para al final llenarse con la satisfacción de saber que lo dio todo, pero ¿Para qué? Si igualmente terminaría con la moral destruida.

¿No era más fácil ignorar aquello que le genera incomodidad? Dejarlo ser, así como ignoramos a quienes hablan constantemente de nosotros sin tener una pizca de conocimiento de quienes somos.

Despeiné mi cabello un poco, estaba frustrado.

Sí, era más fácil ignorar este rollo, pero ella vivía en una burbuja en la que creía que al final de una larga narrativa medieval podría ser la guerrera ganadora, aquella que le diera libertad a su pueblo y manejara su vida. Yo no era quien para romperla.

Aslan: Tienes razón.

Me sentí el ser humano más hipócrita del mundo, pero no me detuve.

Aslan: No hay nada mejor que la realidad, porque es lo único que hay.

Eila: Exacto. Mientras más nos apeguemos a ella, será mejor.

Una oleada fría arropó mi cuerpo recordándome que seguía en el estacionamiento frente al edificio al que por mucho tiempo había huido, recostado en el auto viendo pasar los minutos. Eran casi las 12:30 p.m., hora perfecta para llegar. No tan tarde mostrando impuntualidad, pero tampoco demasiado temprano.

Aslan: Debo irme, Eila. Mi hora de almuerzo ha acabado.

Seguí mintiendo, ni siquiera había desayunado, últimamente mi cuerpo había dejado de sentir hambre, pero aquello era una excusa perfecta para evitar interrogantes incómodas.

Me coloqué el abrigo negro y me dispuse a entrar al edificio de 20 pisos con forma de torre, una muy moderna, con enormes letras que decían "LAINUS S.A" mismas que llamaban la atención de los transeúntes.

Suspiré agobiado cuando la puerta giratoria me dejó dentro y todas las personas que se encontraban en la planta baja concentraron su atención en mí, los murmullos empezaron a chocar en mis oídos y había momentos en los que las ganas de girar sobre mis pies y regresar al auto me invadían, pero tenía claro que no podía hacerlo, Daniel no me lo permitiría.

Una vez dentro del ascensor, pasé por medio de la ranura la tarjeta dorada que me llevaría a la sala de conferencias que estaba en el último piso. Agradecía que este estuviese vacío, pues la fina tela del traje picaba sobre mis brazos y no tenía intención de ignorarlo.

Los abrazos que  no nos dimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora