Capítulo 17

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Cuanto más cerca estaban de la ciudad menos podían ver, el viento se había hecho opaco a causa de todo el polvo que cargaba. Se podía notar en cada respiración, en el lagrimal de los ojos que se acumulaba formando pegotes que se tenían que limpiar cada dos por tres, los ojos también lagrimeaban porque se secaban muy rápidamente.

La ciudad que ahora parecía ser su salvación era una sombra oscura e imponente entre el muro de arena que apedreaba la piel de los jóvenes hasta el punto de dolerles. Cada vez era más grande y más cercana parecía rascar las nubes de lo alta que era en realidad.
De vez en cuando se podían ver objetos grandes pasar por encima de sus cabezas como escombros, ramas que casi podían ser un árbol entero, algún que otro ratón, un trozo de teja... y muchos muchos papeles ya sean grandes o pequeños, el ambiente estaba plagado de ellos. Todos se arremolinaba y mezclaba como en una batidora.

Hasta ese momento lo único que se oía era el imponente viento que se robaba todo el protagonismo sin permitir que se oyese una voz o una respiración fuerte; hasta que llegaron los relámpagos.

Para ese entonces habían recorrido la mitad del camino
—puede que incluso un poco más— cuando un rayo tocó el suelo muy cerca de ellos. Se apartaron y algunos cayeron al suelo, otros casi se quedaron paralizados, pero no tardaron en continuar corriendo. Desde ese momento su mundo estalló en luces y truenos.

Caían de forma irregurar, se ramificaban como árboles, golpeaban el suelo con fuerza acompañados de un gran golpe de sonido que hacía retumbar los oídos, aquellas barras de luz eran blancas y violetas y, cuando alcanzaban el suelo, levantaban grandes cantidades de arena chamuscada.
Poco a poco notaban cómo sus sentidos se nublaban, la vista se llenaba de puntitos y rayas de colores por culpa de mirar a los potentes haces de luz, el olfato se mantenía abrumado por el olor a tierra y a quemado y los oídos se entumecían poco a poco hasta que sólo quedaba un pitido molesto que parecía afinarse y hacerse más débil cada segundo temiendo que se estaban quedándose sordos.
Lo único que le hacía sentir a Newt consciente de que estaba en un lugar corriendo como lo solía hacer, era la mano de Dandara entrelazada con la suya.

Los chicos caían y se levantaban, hubo un momento en el que Alexis tropezó y Thomas ayudó a levantarlo y luego a Fritanga que los empujaba a que siguieran corriendo mientras que él mismo avanzaba.

Los rayos caían a distancias tan cercanas que solo era cuestión de tiempo que alguien fuera alcanzado por uno y que su camino terminase ahí, acabando su cuerpo carbonizado.

Dandara corría, podía notar la electricidad en el ambiente, era denso y era muy cargado. Miró a Newt y pudo ver su pelo rubio levitando a pesar de los golpes del viento—Seguramente el suyo se encontraba en el mismo estado— Podía notar ciertos calambrazos a la hora de respirar, eran como pequeñas dagas atravesándole la tráquea.

Thomas se sentía abrumado, deseaba con todas sus fuerzas poder oír su voz, aunque sólo fueran las vibraciones retumbar en su cabeza. Quería gritar, pero lo único que podía percibir era el salvaje viento que inutilizaba sus oídos. El polvo se estaba colando constántemente en sus respiraciones pero intentaba inhalar breve y rápidamente por la nariz para que la cantidad fuera menor. Los rayos que chamuscaban en suelo provocaban un fuerte olor a cobre y ceniza, y eso tambíen se colaba a sus pulmones reduciendo todavía más el consumo de oxígeno.

El muro de polvo se hizo todavía más denso cegando a todos los jóvenes que huían hacia su salvación, sólo podrían ver a los que se encontraban muy cerca de ellos. Newt en ese momento se sintió muy afortunado de tener a Dandara a su lado, podía verla y eso le tranquilizaba.  Le tranquilizaba mucho tenerla junto a ella. Aunque todo estubiera en la mierda, había una luz y para él, podía serlo ella.

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⏰ Última actualización: Jan 14 ⏰

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El corredor del laberinto// Las pruebas // Quiero entenderteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora